Hace un año el mundo se dolía por la pérdida de David Bowie, una de esas personas que existen una vez cada siglo, poseedor de un talento que no sólo le permitía retratar la belleza y su estilismo a través de la música, el cine y sus performances, sino que además, todo el genio que poseía le permitía ser clarividente: siempre fue considerado la vanguardia en persona.
Esa así que exploró distintos personajes, asumió distintas identidades y con ello contribuyó a mostrarle al mundo una verdad que de tan básica, parecía toda una revelación: las personas pueden ser lo que quieran y deberían tener derecho a mostrarse como son, sin complejos o miedo a las críticas. Bowie, fue alien, hombre del espacio, rey de los goblins, duque, investigador criminal, vampiro. Y no cualquier vampiro, uno que revisitaría el género y modernizaría el mito tradicional para un convulso y contradictorio siglo XX.
Entre las destacadas participaciones de Bowie en el cine, está sin duda alguna su interpretación de John Balylok, un vampiro postmoderno en el filme El ansia (The Hunger, T.Scott, 1983) hoy considerado de culto.
Son muchas las cosas que se podrían decir de esta película tan interesante. Es increíble que en su momento la cinta no hubiera sido bien recibida por el público o la crítica, pero es claro que la vanguardia siempre está llamada a sacudir lo establecido y eso es evidente hasta tiempo después.
Tony Scott, el director del filme, no descuida ningún detalle, elige a Catherine Deneuve para ser una milenaria vampira “glam,” a Susan Sarandon como la víctima humana y a David Bowie como el vampiro amante de turno. El vampiro mayor de la música, Peter Murphy inicia la cinta entonando “Bela Lugosi is dead” que resulta todo un clásico gótico de la música y del cine. La película además tiene una fotografía destacada y una producción que la hacen visualmente sobresaliente para la época. El “envejecimiento” de Bowie, se consideró por mucho tiempo ejemplo de maquillaje y caracterización, que lograba convertirlo de una escena a otra, en un hombre de más de sesenta años.
La cinta muestra vampiros muy distintos a los que estábamos acostumbrados a ver en la pantalla grande. Olvídense de las capas negras, el ocultarse del día, el miedo a los crucifijos. Estos vampiros son la expresión de una decadencia moral refinada y sugestiva, sedienta de sangre y sin afecto alguno por la vida.
Miriam (Deneuve), una vampira inmortal, observa como el último de sus amantes (Bowie) empieza a envejecer como indicio de que su fin está cerca. Miriam intenta primero encontrar la manera de salvarlo a través de la ciencia, encontrando a una doctora (Sarandon) que experimenta para encontrar un método que retarde el envejecimiento.
El fin inevitable de su compañero parece imposible de detener, por lo que Miriam decide cambiar de planes, al parecer ha encontrado una mejor sustituta para que la acompañe en la eternidad.
La película plantea varias cuestiones interesantes, que hablan de los vampiros como auténticos depredadores, para quienes la sofisticación es solamente un arma de seducción para atrapar presas. Pero hasta para los vampiros hay momentos de hastío, espacios de cuestionamiento sobre el verdadero sentido de una vida inmortal. La vida – incluso la inmortal- cansa.
El relato le da un nuevo contexto a la tragedia romántica del personaje del vampiro clásico, siempre consciente de su fin trágico. Para estos vampiros las obsesiones y la siempre constante insatisfacción son los motores de sus vidas, más allá de las fábulas sobre la sangre y la intrínseca maldad que ello encierra.
El final es inesperado, porque tampoco corresponde a la estructura de las narraciones clásicas sobre vampiros. Muerto el vampiro no termina la maldición, sino que en este caso, se reproduce y recrea con elementos nuevos, diferentes, modernos. Los vampiros parecen sentirse cómodos en el Siglo XX y han dejado los oscuros castillos para vivir en Manhattan donde para ellos el discurso del enfrentamiento de las supercherías contra la ciencia parece no entrañar conflicto, de hecho un vampiro científico que pueda encontrar el modo de detener el envejecimiento, parece una buena opción para que los vampiros entren de lleno a la modernidad.
A nadie mejor que a Bowie, le hubiera venido mejor un papel como éste. No solo por su originalidad y extrañeza, sino porque nadie mejor que él comprendía en su tiempo que ser vanguardista llevaba consigo la pesada carga profética de la inmortalidad. Bowie en su versión vampiro es la mejor muestra de que nada es para siempre, excepto la trascendencia. Y hoy a un año de su partida, es evidente que sabía que lograría de esa y muchas otras maneras, el que nunca pudiéramos olvidarlo.