Comparto el resumen de la ponencia que presenté en el VIII Congreso de Teoría y Análisis Cinematográfico “El cine y el fin del mundo”, organizado por Sepan Cine y La Facultad de Lenguas y Letras de la Universidad Autónoma de Querétaro, del 10 al 12 de octubre del 2012.
El cine y el fin del mundo
El 2012 nos trae – además de contiendas políticas, los Juegos Olímpicos y la Eurocopa- un tema que resulta muy interesante para las charlas de café en buena compañía: las profecías sobre el fin del mundo.
La verdad es que muchas de nuestras imágenes apocalípticas provienen del cine, que en realidad se ha ocupado del tema desde hace mucho tiempo y con tantas variables, que podría considerarse casi como un género en sí mismo. Es por tanto interesante revisar de diferentes maneras la manera en que el cine se ha ocupado de la posibilidad de que el mundo como lo conocemos se terminara.
El concepto de distopía como recurso narrativo en la ciencia ficción
La distopía es un concepto acuñado por John Stuart Mill para diferenciarlo del de Utopía de Tomas Moro. En este último, el recurso es apelar a una visión idealista de la realidad para construir una sociedad sin fallos, perfecta en todos sentidos. Un modelo al que se aspira, porque en la realidad está muy lejos de existir y perpetuarse. Moro en su obra “Del estado Ideal de la República en la Nueva Isla de Utopia” proponía una sociedad altamente planificada – incluso en sus detalles más nimios- y que no admitía situaciones fuera de control.
La distopía por su parte, no propone modelos perfectos ideales, sino que usa el recurso de la crítica para señalar las posibles consecuencias de actos reprobables en el presente, que pueden afectar nuestro futuro. Se usa el concepto de «distopía» para denominar ese espacio humano en donde imperan las anomalías política y socialmente aberrantes, frente y en oposición a «eutopía» que designa el buen lugar.
Sin embargo, de acuerdo a la autora María Teresa González Cortés, ambas construcciones no resultan antagónicas, ni incompatibles una de la otra: “Utopía y distopía son dos caras de la misma moneda aclarando, entretanto, que no hay utopía que no genere distopía ni distopía que no albergue proyectos utópicos.”
Es decir que tanto distopías como utopías, representan un gran recurso narrativo para contar historias futuristas con crítica social. La Ciencia Ficción pronto encontraría en este un gran recurso para contar historias poderosas desplegando recursos técnicos y narrativos para impactar conciencias y mover a la reflexión. De un periodo en particular, en los años setenta, es que haremos el análisis de tres cintas que resultan relevantes en el mencionado contexto de creación de historias bajo un criterio distópico.
La distopía en el cine de los setentas. 3 ejemplos.
Los años setenta encuentran al mundo asimilando las revoluciones culturales de los años setentas, en donde las juventudes repudiaron el autoritarismo, la discriminación por origen étnico, el género o la condición social. También fueron los años de la Revolución y la condena de pacifistas en todo el mundo hacia las intervenciones militares en Medio oriente, Vietnam, o América Latina.
Como hemos visto, la visión futurista de las distopías no nos lleva a mundos perfectos, ordenados y asépticos. Por el contrario, nos muestra el lado oscuro de la búsqueda de la perfección y de los excesos que se comenten en el presente. Una figura que sobre todo se construye con el fin de hacer crítica y reflexión y que ha sido muy importante para desarrollar historias que funcionen en ambos sentidos para la pantalla grande.
En este contexto, la distopía en el cine, parece expresar el temor por la evolución hacia estas formas autoritarias y a la falta de libertades. En dado caso en los tres ejemplos analizados aquí hay una constante crítica hacia el autoritarismo y la censura hacia formas de crítica y reflexión.
El primer ejemplo de ello es sin duda El planeta de los Simios (Planet of the Apes, F. Shaffner, 1968). Protagonizada por Charlton Heston, la cinta plantea la evolución de los simios hacia una sociedad militarizada y egoísta que considera a los humanos como especie inferior. No se requiere mucho análisis para entender que es un ácida crítica a la deshumanización de la sociedad contemporánea, que se pierde en el deseo febril de control y poder que la llevará a un colapso autoprovocado. Por si fuera poco, la cinta nos regala uno de los mejores finales en la historia del cine de todos los tiempos, donde con una sola imagen, el espectador acaba por entenderlo todo: si seguimos como vamos, no habrá modo de hallar el retorno.
La película podrá ser un enorme ejemplo de ciencia ficción, pero la verdad es que fue realizada con recursos tan escasos como la recreación de simios con peluche y latex. La sociedad de los simios es futurista, pero en realidad con muy poco progreso tecnológico y usando herramientas simples, apenas en la edad de hierro. Esto no fue obstáculo para entender que el futuro no es una evolución lineal, ni que evolución es sinónimo de progreso técnico y desarrollo.
La cinta resulta todo un éxito por lo que dio pauta para varias secuelas en dónde la historia terminó por agotarse. En años recientes, Tim Burton hace una especie de remake, y Rupert Wyat intenta una precuela. Efectos especiales más o menos, el punto sigue siendo el mismo: la deshumanización como factor clave para la destrucción de nosotros mismos, aunque en las versiones recientes, se incorpora además un mensaje ecológico y de respeto a la diversidad animal que la primera cinta no expresaba con tanta claridad.
Al parecer y después de esta cinta, la idea de que una realidad distópica es el futuro de una sociedad moribunda, se siembra en el imaginario colectivo con fuerza en los años setenta. Después del Planeta de los Simios, se filma otro gran clásico de la Ciencia Ficción, que también maneja este concepto: Cuando el destino nos alcance (Soylent green, R. Fleicher, 1973) es sin duda otro buen exponente de esta idea. En una hipotética Ciudad de Nueva York en 2022 (que entonces parecía un futuro lejano) la humanidad sobrevive segregada y dominada en su mayoría por una élite que controla todo: desde el alimento hasta el libre pensamiento. También protagonizada por Charlton Heston, la cinta nos lleva a descubrir que el exceso de orden y control tampoco es el camino hacia el despertar de la conciencia y la felicidad. El espectador se llevaba un enorme sobresalto al conocer el verdadero ingrediente de la galletas verdes (Soylent green, que le dan nombre a la cinta en inglés) lo cual era una muy gráfica manera de recordarnos que nuestra condición humana en realidad se reduce a un envase corporal perecedero, y que en este afán de locura y alienación perdemos de vista que no somos muy diferentes a las otras criaturas animales con la que poblamos el mundo, carne que puede y debe ser devorada para satisfacer un básico instinto de conservación.
La cinta también tuvo en su tiempo una lectura que la ligaba durante la Guerra Fría hacia una crítica a los sistemas comunistas, considerados opresores y antidemocráticos. Hoy podemos decir que en realidad el pretendido “mundo libre” nunca ha existido porque hay variados modos de control que finalmente esclavizan y alienan a los ciudadanos de diferentes maneras, así que el saco todavía ahí queda para quien quiera ponérselo.
Finalmente y también por esas fechas, se realiza una película hoy considerada como de culto para la animación y que también aborda el tema de la distopía: El planeta fantástico (La Planéte Sauvage, R. Lalloux, 1973) un interesantísimo trabajo de animación, que fue galardonado con el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes edición de 1973.
La historia versa sobre una realidad futurista o de otro planeta, en dónde los humanos son diminutas criaturas salvajes que conviven con los Draggs, una raza civilizada que domina el entorno. Los humanos reciben el nombre de Oms (una forma gutural de decir humanos, derivada del vocablo francés “Hommes”) y algunos son domesticados para servir de mascotas, aunque en estado salvaje son considerados como plagas.
Los hombres reciben el maltrato de los Draggs, y viven en calidad de fugitivos, hasta que un om domesticado escapa y logra con el conocimiento adquirido gracias a su convivencia con los Draggs, idear un plan de resistencia y liberación.
Una evidente preocupación por el abierto cuestionamiento a una civilización sin principios éticos es el mensaje que está implícito en la cinta. Pero hay otros no tan evidentes, como constatar que aún tratándose de una raza avanzada, la compasión y el entendimiento hacia lo extraño, no siempre se dan por añadidura.
Los Draggs son homínidos azules cultos y autoregulables. Practican la meditación y tienen acceso a los avances científicos y tecnológicos de su era de manera igualitaria. Sin embargo, son prejuiciosos e intolerantes con los humanos, no practican la tolerancia más que entre ellos mismos.
La resistencia humana es exitosa porque pone énfasis precisamente en este punto. Los Draggs sufren un desdoblamiento de cuerpo y espíritu mientras meditan. Esta “debilidad” es la que los hombres aprovechan. Una metáfora que sugiere que nunca podemos alcanzar una verdadera iluminación y desarrollo espiritual, ignorando el entorno y sus contradicciones, muchas de las cuales no son ajenas, en la medida en que las hemos provocado y somos parte de ellas.
Finalmente:
Por lo menos en estos tres casos, el uso de una fantasía distópica sirve como critica social, pero maneja una hipótesis interesante, la de que el tiempo no transcurre de manera lineal y en un sentido y futuro, desarrollo y progreso no son sinónimos, en realidad el futuro no está “adelante” sino que las malas decisiones, los excesos, la soberbia no sólo no significan “progreso” sino que en realidad pueden ser las causas de nuestro retroceso.
Un tiempo que no transcurre en línea recta, una idea de “no evolución” es para la época una hipótesis atrevida y vanguardista, y quizás esa sea la razón por las que estas películas resultaron tan impactantes para los espectadores en su momento.
Después de todo, plantean el fin del mundo como lo conocemos, como un nuevo inicio, dónde quizás haya que enfrentar cosas más aterradoras que la propia extinción.