Uno de los grandes atractivos que tenía el programa de actividades del Encuentro Internacional de Narradores Gráficos el pasado miércoles, era la presentación del segundo libro de ÉDGAR CLEMENT; KERUBÍN, editado por Caligrama. La presentación la llevaron a cabo SONIA BATRES, editora de dicha compañía y JOSÉ QUINTERO, dibujante creador de Buba.
Debo decir que ésta es, hasta el momento, la mejor presentación de un libro de Caligrama a la que haya asistido. Quintero abrió con un comentario general acerca de lo que él ve en la industria nacional, de sus pretensiones y sus logros, así como las cosas que él (y yo, he de admitirlo) encuentra cuestionables acerca de los realizadores y los manejos editoriales, para dar paso a un Clement que dio cátedra de lo que es ser un creador con un compromiso real como cronista o, aunque se le huya a la palabra, artista.
La mayor parte de las historietas que se están creando ahora no reflejan una verdad ni tienen el compromiso de ser un reflejo de nosotros mismos o de criticar a nuestra sociedad”, decía Quintero “, y lo que se quiere vender como historieta adulta sigue usando las formas y los lenguajes adolescentes para transmitir un mensaje al que le falta ese compromiso”. Clement comenta que Kerubín es el resultado tanto de experiencias laborales y de un análisis del último año de nuestra historia y que lo llevó a plasmar su visión en esta recopilación de cuentos: “Hay desde el diseño, que copia el formato de esas revistas aspiracionales, hasta los temas de las historias que cuenta, un fondo y una forma que representa lo que yo veo. Kerubín, por ejemplo, trata acerca del tráfico de niños, para lo que hice una extensa investigación. ¿Por qué lo hago como ficción? Porque no soy analista, no soy investigador, soy narrador. Y las historias que cuento son el reflejo de una realidad que veo todos los días.
Con un desenfado ya fuera de todo alarde intelectual, Clement habló acerca de la calle, de la gente que ve todos los días, de las revueltas sociales, de la historia y de las necesidades de un país al que no sólo examina y disecta a diario, sino al que quiere y le apasiona. Kerubín es una pequeña revolución; un escupitajo a la cara del poder desde la base del creador que ya no PRETENDE ser artista. Ya lo ES.