Sí Pepe el Toro viviera en el siglo XXI se llamaría Gervasio y en vez de aprender box, sería karateka. No es posible que después de medio siglo se sigan repitiendo los mismos esquemas, pero sin la más mínima variación: los ricos son malos por ser ricos y los pobres son buenos, por ser pobres.
El Pantera era una serie de televisión que comenzó con muy buenas expectativas, sobre todo para nosotros, los fans de cómics, por ser una adaptación de uno de los cómics más rescatables de nuestro entorno. Una gran producción y una muy buena campaña publicitaria que lo antecedieron, podrían vaticinar que el programa obtendría una gran audiencia.
Sin embargo, aunque hay aspectos de la producción muy cuidados, se descuido lo principal: el argumento. El Pantera adolece de grandes fallas narrativas, de una proliferación de personajes arquetípicos carentes de profundidad y por lo tanto, de credibilidad. Como diría el Joker “cliché, cliché, cliché”.
El género de los superhéroes se fundamenta en las posibilidades dramáticas que tiene los personajes a través de sus superpoderes, o de sus cualidades extraordinarias. Si Supermán vuela por la falta de gravedad o por los rayos del sol, no es realmente relevante. Lo importante son las posibilidades que dicha habilidad nos da para generar tensión dramática dentro de las historias. Para ejemplo usemos al mismo Superman: Las secuencias de vuelo en “Superman regresa” y en “Smallville” son usadas para aumentar la emoción y el suspenso dentro de las acciones contadas.
En “El Pantera” por el contrario. Las escenas de pelea, a pesar de estar bien coreografiadas y muy bien fotografiadas, carecen del suspenso que ameritan, son una escena más de la historia, en vez de ser partes climáticas donde la emoción crezca. Pasan sin pena ni gloria.¿La razón? Simple. No hay argumento, tan solo una sucesión de escenas archiconocidas que, por suma deben de generar la emoción. Pero el auditorio no somos como el perro de Pavlov para responder simplemente al estímulo. Necesitamos que haya una consistencia que nos amarre a la silla, que nos obligue a querer ver más.
Pero no. “El Pantera” tan solo se contentó con presentarnos fórmulas archirrecontra probadas (¡Santas palabras grandilocuentes Batman!): Los malos son, como diría Carlos Tron, malos, malotes de Malolandia. No hay justificación para serlo, simplemente son malos por que son los malos. Las mujeres son buenas, buenísimas; carentes de cerebro y de capacidad de autoprotección y auto superación.
Son la Eva eterna: la razón de todos los males, porque son indefensas y tontas. ¿Cómo esperar que alguna mujer del auditorio pueda identificarse con ellas?Así mismo, Gervasio, El Pantera, acepta el desarrollo de los eventos sin el menor conflicto interno, sin el menor cuestionamiento. El Indio lo saca de la cárcel y el obedece sin chistar. Vamos «Prision Break se tomo una temporada completa en lograrlo.
El General lo enrola en sus huestes secretas y Gervasio, otra vez, acepta sin preguntar nada, sin saber porque o para qué. Es más, él es EL Pantera por poseer un espíritu de origen maya, lo cual, tampoco es explicado en toda la serie, ni por el personaje central. ¿Es que a Gervasio le cuesta pensar?
Sin embargo, hay aspectos rescatables. Si a pesar de todo, “El Pantera”, como intento de serie tiene logros no antes conseguidos en producciones nacionales: la fotografía y la iluminación son excelentes. El centro histórico luce en todo su esplendor, sin pedirle nada a la Ciudad Gótica de “Batman Begins”. La edición y la división de la pantalla en viñetas, reflejando varias acciones también son logros dignos de mencionarse. Por eso vuelvo al inicio de esta columna: Lo peor del Pantera es el desperdicio de recursos técnicos y la carencia de un argumento sólido que los fundamente. A pesar de todo, “El Pantera es inocente”.