Por Fernando Ariel
Más de treinta horas de grabación en crudo. O sea, más de treinta horas en donde guionistas, dibujantes, editores y periodistas especializados opinan, explican, reflexionan y piensan sobre el derrotero que el noveno arte llevó (y lleva) en la Argentina. Con esta invaluable materia prima intelectual, Daniela Fiore entretejió el discurso documental de Imaginadores, poco menos de 90 minutos de cine argentino que llegaron a las pantallas locales el pasado 20 de marzo.
Desde lo formal, Imaginadores prescinde de la figura del narrador omnisciente; y acertadamente escoge guiar el recorrido del espectador apoyándose en las voces de los protagonistas, en sus coincidencias y discrepancias. Con estos relatos, Fiore y Julio Azamor (responsables del guión del largometraje) construyen un relato, una mirada personal sobre la historia de la historieta de aventuras argentina de concepción clásica, esa que en el mundo ha dado lugar a la conocida Escuela Argentina, entendida como una forma de mirar el mundo que nos rodea antes que como un serie de elecciones estéticas y argumentales.
Escuela Argentina que dejó su marca a fuego desde mediados de los ’50, cuando Héctor Germán Oesterheld deshizo el maniqueísmo del medio con una serie de historietas que hicieron historia: El sargento Kirk, Bull Rockett, Ernie Pike y, sobre todo, la monumental El Eternauta, brillante ejercicio de anticipación sociopolítica que sólo pudo hacer una persona (en realidad dos, porque los dibujos de Francisco Solano López son parte indisoluble del todo) con los pies firmemente apoyados en la tierra y los ojos bien abiertos, mirando y viendo las cosas que pasaban alrededor y el negro horizonte que se venía encima.
Escuela Argentina que renovaron aquellos que trabajaron con y/o leyeron a Oesterheld en esas obras fundacionales de las revistas Hora Cero y Frontera: El propio Solano, Enrique Breccia, Carlos Trillo, Altuna, Oswal, Andrés Cascioli, Carlos Meglia, Ernesto García Seijas, Fontanarrosa, los hermanos Villagrán, Lucas, Caloi, Juan Sasturain, Quique Alcatena y Maicas, artistas que aparecen en el filme, hablando de las aventuras editoriales de la Editorial Columba (El Tony, D’artagnan, Fantasía e Intervalo, entre otras publicaciones), ideológicamente conservadoras y reaccionarias; las de Ediciones Record (Skorpio, Tit-Bits, Pif-Paf y Corto Maltés), progresistas en algunos de sus contenidos, pero con políticas editoriales abusivas para con los derechos de autor de los historietistas que publicaba; y las verdaderamente progresistas de Ediciones de la Urraca (Humor Registrado, Super Humor, Fierro y Cazador, entre otras revistas).
Concientes de que la historieta utiliza, como el cine, un lenguaje predominantemente visual, Imaginadores acierta al incorporar una serie de dibujos animados, sumamente respetuosos de los estilos gráficos de cada una de las historietas puestas en movimiento: El Eternauta, Un tal Daneri, Clara de noche, Sónoman, Las puertitas del Sr. López, Nippur de Lagash, Ernie Pike, Boogie el aceitoso, Mort Cinder, Cyber Six, Inodoro Pereyra, el fanzine Catzole y un interesantísimo etcétera, cuidadosamente realizados por Julio Azamor, J.J. Rovella, Javier Suppa y Sebastián Cantero, todos ellos historietistas profesionales.
Imaginadores deja bien en claro que la historieta es, ante todo, un medio de comunicación, escenario en donde pueden debatirse modelos de sociedades y prácticas políticas, territorio creativo en donde lo cultural convive con el entretenimiento. De la misma forma, muestra la masividad que supo tener en los años de oro, cuando era intelectualmente desprestigiada; y el limitado alcance del que goza hoy en día, cuando nadie discute el poderío comunicacional y artístico del noveno arte. Pero, lamentablemente, Imaginadores no llega a exponer el por qué las cosas se dieron así, tal vez porque ninguno de los entrevistados tuvo (tuvimos) la claridad necesaria para argumentar un fenómeno de esa naturaleza.
Ahora, después de haber visto el filme, se me ocurre una, además de la crisis internacional de la lectura en soporte papel. La historieta argentina, como toda la Argentina, no escapó del menemismo, un fenómeno cultural que contiene y supera la figura del ex presidente Carlos Menem, un proyecto político-económico directamente encadenado con la última dictadura militar; y un proceso de vaciamiento cultural, desguace industrial y empobrecimiento intelectual que hundió a la Argentina en la más negra de sus crisis, transculturizando y transnacionalizando la mayoría de su bienes reales y simbólicos. Con las industrias cerradas, las editoriales quebradas y los kioscos de revistas sin revistas de historietas argentinas, la costumbre de leer historietas desertó de los lectores ocasionales y se refugió en los consumidores asiduos, aquellos que recorrían las librerías especializadas y prestaban atención a la producción de los fanzines. Casi seguro, los mismos que hoy acompañan el reverdecimiento del sector, con editoriales como Doedytores, De la Flor y Domus, dedicadas a recopilar material de autores consagrados y/o novatos; y el relanzamiento de la mítica Fierro, ahora amparada bajo el paraguas comercial del diario Página 12.
El final de Imaginadores no muestra la mitad del vaso lleno, sino que se queda con la idea del vaso medio vacío. Y, tal vez, no está mal que así sea. Es un buen recurso para que la película no termine con la proyección; y siga rodando en la cabeza de sus espectadores mucho después de que se hayan prendido las luces de la sala. El reconocimiento de la historieta como una expresión cultural autóctona que queda por recuperar es un sólido puntapié para empezar a pensar qué historieta queremos los argentinos. Y, por qué no, qué país queremos.
Esta historia continuará…