Seguramente muchos de nosotros recordamos aún las primeras convenciones de cómics en México, en donde precisamente lo que abundaba era eso: dobles identidades, multiversos, capas y mallas, portadas alternativas y, en general, todo el encanto que los cómics tenían. Para muchos de nosotros, era la oportunidad de vivir de manera abierta una afición oculta, y encontrar gente afin. Parecía que se abría un universo totalmente nuevo, y que nunca se habría que acabar.
Pero obviamente, como todo, nos tocó crecer, y aunque parezca imposible, la brecha generacional apareció incluso en el mundo friki. En la última Expo TNT, fue notorio que, lo que menos había, eran precisamente cómics. Casi todos los cosplays eran de personajes japoneses, y las palabras que se escuchaban de todas las bocas eran shoujo, yaoi, OVA y toda la cultura nipona del entretenimiento. De pronto, el traer al murciélago en la camiseta, o preguntar por el TPB de Infinity Crisis te convertía en la vieja guardia, y cuando menos en lo que a los otakus se refiere, una reliquia.
No sé si soy el único que lo percibe así, pero parece que hay un nuevo chico en el pueblo friki, y viene por todo.