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Si bien la animación surgiría prácticamente desde los principios del cine, no había mucho interés comercial para la misma. Debido al trabajo que implicaba, no solían durar más de diez o veinte minutos, y se les veía más como una curiosidad. Varios estudios habían acariciado la posibilidad de un cortometraje, pero todos habían abandonado la idea, considerándola demasiado cara, y pensaban que los espectadores no estarían interesados en ver algo tan grande. Fue Walt Disney quien decidió arriesgarse, adaptando un cuento clásico a la pantalla. Sabedor de lo que estaba en juego, trató de hacer las imágenes lo más impactantes posibles, al grado de que muchos lo acusaron de asustar innecesariamente a los pequeños. Sin embargo, la idea funcionó, y no sólo fue el primer paso del gran Imperio Disney, sino que literalmente elevó a la animación al lugar en que se encuentra actualmente.