Tan solo cuatro años después de la aparición de la primera novela, el hombre del taparrabo llegaría a la pantalla grande, donde iniciaría una muy larga carrera, siendo interpretado por actores como Elmo Lincoln o Buster Crabbe (quien también había dado vida a héroes del comic-strip como Buck Rogers y Flash Gordon), pero sobre todo el medallista olímpico Johnny Weissmuller, extraordinario nadador y creador del famoso grito que identifica al personaje (inspirado en los cantos tiroleses) sería quien hasta la fecha permanezca como el más famoso e icónico Tarzán de carne y hueso (no por nada aparece junto a Ringo Starr y Paul McCartney en la portada del Sargent Pepper’s Lonely Hearts Club Band).
En 1929 Tarzán llegaría a terrenos del cómic, más precisamente al comic-strip, donde dibujantes como Harold Foster (El Príncipe Valiente) y Burne Hogarth destacarían por su fabuloso arte. Años más tarde el legendario dibujante Joe Kubert se encargaría de entregar probablemente la versión definitiva del personaje en el formato del cómic, ya lejos de las páginas de los periódicos. La versión del maestro Kubert llegaría a nuestro país mediante Editorial Novaro en la década de los setenta.
Como dato curioso, en 1939, aprovechando la fama del personaje, su creador (que de forma inteligente retuvo los derechos de sus novelas, y registró a Tarzán como marca registrada) decidió crear una organización que rivalizaría con los Boy-Scouts: el Tarzan Clan of America, mismo que resultó un fracaso debido al inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Otro dato extraño sería la existencia de dos poblaciones norteamericanas que en los años de bonanza del personaje pidieron ser rebautizadas como Tarzana en honor al “hombre mono”, estando una de ellas situada en Texas y la otra en la región adyacente al rancho de Burroughs, en tierras californianas.
El éxito de Tarzán permitió a su creador pilotear su propio avión, montar a caballo por horas, así como practicar tenis y golf, eso sí, dedicando cuatro horas al día a crear las historias de su benefactor ficticio, mismas que dictaba a una grabadora. Pero más importante que eso, le permitió escapar de la pobreza y vivir una especie de vida alterna, mediante su “otro yo”, que le permitió a Burroughs ser el hombre que jamás habría podido ser.
Tras pasar los últimos años de su vida en un estado de salud lamentable, enfermo de arterioesclerosis y mal de Parkinson, Burroughs murió de un ataque al corazón el 19 de marzo de 1950, dejando huérfano de nueva cuenta al entrañable “mono blanco”.
Para aquellos realmente interesados, les recomiendo ampliamente busquen el libro Tarzan, el hombre mito, de Irene Herner Reiss, experta en arte y también coautora de Mitos y Monitos, quien afortunadamente fue mi asesora de tesis. El libro está descatalogado, pero con un poco de suerte lo pueden hallar en librerías de viejo. Una joyita.