Por Javier Mora
Dimes y diretes.
Hoy por hoy, podemos hablar, sin riegos de equivocarnos, de un tímido, a la vez que constante, relanzamiento de la Historieta Argentina en toda su dimensión. Desde un paulatino afianzamiento de estudios críticos (Laura Vázquez; Roberto Von Sprecher), históricos (en este sentido destacaría la labor de los componentes de la Bañadera del cómic ya sea a través de la edición digital de Sonaste Maneco, o impresa, con el primer tomo de su estudio acerca de la figura de uno de los más reputados guionistas en castellano, Oesterheld: en primera persona), o, divulgativos (Comiqueando, ahora online; Banda dibujada); hasta una, cada vez más y mejor, producción editorial propia (Domus editora; Thalos editorial) o sustentada en medios ajenos en primera instancia (Las bibliotecas Clarín de Historieta; la nueva Fierro subrogada al diario Página doce); pasando por un afianzamiento de encuentros o certámenes, en mayor o menor medida populares (Animate!; Necomicon; Aquelarre; Tinta Nakuy), así como de esfuerzos aislados llevados, con dedicación y constancia, a buen puerto (la excelente muestra que con motivo del quincuagésimo aniversario del Eternauta y del, tristemente, trigésimo de la desaparición de Oesterheld, realizó Mariano Chinelli).
Ramas todas ellas que vuelven a brotar de un fértil y firme tronco de imperecedera creatividad historietística, de características particulares, donde, junto a los autores clásicos de siempre (Trillo, Meglia, Risso, Alcatena, Solano López…), convive una nueva hornada de jóvenes y destacados talentos (De Caro y Greco; Salvador Sanz; Lucas Varela, etc., etc.) cada vez más afianzados en torno a obras dispares (Doméstico; Legión; Estupefacto; respectivamente). Pero no debería de extrañarnos…
El flujo de la Historieta argentina se ha nutrido de estas idas y venidas entre momentos de gloriosa exaltación (la década dorada de los años cuarenta y cincuenta; los tumultuosos setenta), y delicadas etapas de zozobra (la indefinición de los sesenta; los crípticos años finales de los ochenta) o, más bien, naufragio; si bien es cierto que ninguna había sido tan grave como la vivida recientemente a finales del siglo pasado. Crisis desgarradora, de 1992 a 2002, y representativa, ejemplo de la lenta decadencia de nuestro medio, su peor consecuencia habría sido remarcar la agónica fragilidad de un medio, antaño popular, donde ahora escasez de lectores, fracaso editorial, nula repercusión en los medios, etc., etc., parecían sinónimos parejos capaces de mostrar, de forma precisa y meridianamente clara, su paulatino proceso de descomposición.
Un panorama, nada halagüeño pero que, a pesar de todo, ha dado paso, como ya hemos señalado, a una nueva generación plenamente adaptada, que no condicionada, por tales dificultades. ¿No hay público? Se crea. ¿No hay industria? Se fabrica. ¿No hay espacio? Se obtiene. Resistencia a ultranza. ¿De nuevo, una Historieta para sobrevivientes? Podría ser. Pero mejor dejamos de lado cualquier reduccionismo caduco que únicamente sirva para insuflar altivos aires de guerrilla. Hablemos de una Historieta real, sustentada, sin aspavientos, en la particular capacidad de nuestra propia visión personal. Hablemos de una Historieta social, impregnada, sin dudas, sobre los ecos de las voces que nunca oímos o queremos oír. Hablemos de una Historieta viva, en movimiento constante, lazo de unión entre contrarios, puente entre los más diversos sentidos…
«No future».
La nueva Historieta argentina del siglo XXI, nace, de esta forma, como expresión directa de un estado carencial. Y esto obra que, de entrada, una serie de características determinadas, se establezcan como requisitos perentorios y determinados, todos ellos desarrollados en torno a la creación como la línea de flote y salvaguarda que propugna, ante la falta de recursos de todo tipo, ingenio y coherencia; todos ellos nutridos de la creatividad como santo y seña de firmes fórmulas y propuestas de acción.
Así, por un lado, se postula su condición de acto de fe. Mientras que anteriores etapas de decadencia se resolvían por las buenas (una fórmula editorial que paliara la caída en picado de las ventas; un personaje que adquiriera notoriedad…), de golpe y plumazo capeando el temporal, ahora, la precariedad obligaba a asumir la creación, consciente y decidida, a ciegas. Y nunca mejor dicho. Crear (por cuestión de perentoria necesidad, sin poco más de por medio) y creer (por encima de todo alcanzar la meta de la profesionalización), en plena, que no perfecta, unión abstracta. Esfuerzos personales y «desinteresados» que, afortunadamente en la mayoría, no han quedado en balde ni pasado desapercibidos, obligando a que los autores nacidos creativamente en este periodo den un paso al frente, se carguen de responsabilidad.
Por otro, hacer noble el viejo lema: la unión hace la fuerza. La cadena común de voluntades aisladas que supone la Historieta argentina desde finales de los noventa, deriva, necesariamente, en la proliferación de grupos y movimientos estéticos creativos. Formas parejas de pensamiento, de interacción estética, capaces, incluso, de crear posturas y estados permanentes, y referentes, de opinión. El tradicional predicar en el desierto se convierte de esta manera, en un ejercicio colectivo de superación. Egos e inquietudes propias en pos de un mismo ideal: la regeneración, total o parcial, del medio.
En torno a ambas cualidades, oscilarán el resto de elementos actuales, nutriéndose de sus valores, plegándose a su medida. No son pocos son los autores que se erigen de modo individual pero menos aún los que no guardan contacto con estas tendencias comunitarias. Ninguna editorial crea líneas de edición para estos movimientos pero se publican obras surgidas en los mismos. Escasas son las opiniones críticas o históricas que sustentan su génesis y crecimiento posterior, pero su lugar en el marco de la Historieta argentina es ya indiscutible.
Contracorriente.
A tenor de esto, dos serán las vías creativas de mayor calado. Hablamos de las ofertas constituidas alrededor de los grupos, UNHIL (unión de historietistas e ilustradores) e Historietas Reales. Surgidos en 2001 y 2005, respectivamente, desde su fundación, ambos son movimientos parejos en cuanto a su constitución (se nutren de un amplio elenco de autores surgidos alrededor del espíritu cooperativista del fanzine), a pesar de que no son pocas sus diferencias atendiendo a su propia visión de la historieta: para los primeros, un aliento lírico de lo cotidiano; para los segundos, un «arma», en palabras de G. Celaya, cargada de futuro.
Esfuerzos y compromisos de base capaces de definir, a través de su contraposición, la esencia de cambios más que relevantes y definitorios, al tomar, lo que es una temporalidad más que manifiesta como telón de fondo. Así, las propuestas, tanto de Historietas Reales como de la UNHIL, se caracterizan en conjunto por una particular presencia de lo cotidiano. Caras de la misma moneda, responsos semejantes, lo lírico y lo intrahistórico cobran protagonismo como pautas interpretativas de época, ya sea enraizadas en el entorno del día a día, ya tras las huellas inalcanzables del pasado. Visiones y modos de entender la realidad circundante por parte de aquellos que se nutren de su aliento y, que atendiendo a su modo particular de relación con los hechos, oscilará entre el dinamismo o estatismo, entre el individualismo y el socialismo, de su propio estatus definidor.
Atendamos al mismo.
La realidad hecha Historieta
El proyecto de Historietas reales nace con una clara vocación por el juego escénico: parodiar las tramas existencialistas del cómic. Retroalimentación conceptual que dará pie a una desvirtualización de las experiencias ajenas más que de las propias. Y no es para menos. La Historieta mundial sufre un exceso de primeras personas narrativas, personalizadas en esta potsmoderna corriente de autor (no tan novedosa, dada la tradición de autores como Art Spiegelman o Carlos Giménez, por poner unos sucintos ejemplos), hoy en boga. Reflejar, puntillosamente, todos y cada uno de los vericuetos de nuestras acciones (a veces, incluso de las más nimias), se ha convertido en la razón de ser, de un gran número de artistas actuales (Satrapi, Trondheim, David B., Jessica Abel, Guy Deslile, Chester Brown, Joe Sacco, Julie Doucet, Flix, Craig Thompson… la lista resulta interminable), confundidos por una errada concepción de lo lírico, entendido como un monólogo de anécdotas personales. Todos y cada uno de estos autores asumen (sin razón aparente) su protagonismo, su relevancia sin parangón de cara al mundo que les rodea, y ahogan, con este lirismo de andar por casa, cualquier intento de ficción, aun cuando toman prestadas, de forma inconsciente, sus fórmulas textuales: engarzar recuerdos y semblanzas, uno tras otro, mediante estructuras diegéticas. Se superpone, así, en cada planteamiento, una individualidad latente que reduce la capacidad de interpretación de lo real, latente en todos, por un modelo testimonial sustentado en la aparente veracidad de quien estuvo en contacto directo con los hechos, de quien posee, por defecto, una perspectiva única e irrepetible frente al resto. Y si esto supone una perdida paulatina de intensidad narrativa, que más da. Lo importante es compartir la visión behaviorista de nuestras propias miserias; la de asumir -cruel paradoja- como «narrable», cualquier vicisitud susceptible de ser «dramatizada».
Craso error. Si el cómic, hasta el momento, no ha desarrollado plenamente su sustancia lírica, no ha sido por incapacidad alguna de su naturaleza como medio (dejemos de lado esa errada automutilación como mero género popular), si no por este uso (lamentablemente tenemos que hablar del conjunto en general, si bien con cuidado de que obras como Persépolis, Palestina, Blankets, no caigan en este saco roto), exagerado y excesivo de lo personal, incapaz de dilucidar sus verdaderas capacidades estéticas y simbólicas. Los autores no cuidan ni abren su mundo interior; es más, da la sensación de que hablan por hablar. El objeto lírico, se difumina y desvanece, así, ante la escasez cierta de sentimientos garantes de actitudes, aún enunciativas, con auténtico peso y calado.
Conscientes de ese peligro, los historietistas reales abandonan cualquier intento por erigir diarios desolazados, de plasmar testimonios desangelados, carentes de sustancia original. Estamos, sin duda, ante un compendio maestro de miradas interiores provocadoras, de vueltas de hoja apasionadas ante los estrechos márgenes de lo preestablecido. Lo exterior hecho migajas, deshilachado a través de un alma creadora, entusiasmada por descubrir sus recovecos. Como reza su propio slogan: «la realidad se vuelve viñetas». Y nunca mejor dicho. No se plasma el mundo que les rodea, se reconvierte. Se destila a su imagen y semejanza. Las viñetas dejan de ser trasuntos testimoniales para erigirse en verdaderos conatos líricos, en muestras simbólicas de lo profundo. En puros resortes del pensamiento, alentados por sus características propias.
Por definición, la pluralidad se convierte en esencia y bandera de grupo. No se trata de ofrecer una óptica reduccionista, si no de dar todas las interpretaciones posibles para una comprensión estética plausible de la pareja realidad que nos rodea. Fluctuaciones variadas de un mismo espectro, de un campo social, rallando los límites impuestos por Bordieu, verdaderamente común. Ya sean pensamientos irreverentes (A. Mosquito; Ernan), herederas del underground; ya sean reflexiones intimistas (M. Aguirre; Reggiani y López), llenas de sensibilidad y sutileza; ya sean muestras abiertas y descarnadas (Agrimbau y Ginebra; Zalazar), a través de las voces de otros, expresiones intensas, agridulces de sueños y anhelos propios; este hermanamiento desfragmentado se teje de múltiples posibilidades, aderezados con aquellos elementos propios de la cultura contemporánea como la televisión, los viajes, la angustia urbana…, capaces de abordar, desde una presencia autobiográfica alejada de todo vano intento de megalomanía, las tribulaciones de toda una generación.
Mezcolanza de estilos creativos, de necesidades, que encontraran su caudal a través de un formato interactivo. El formato blog, se convierte así en la herramienta perfecta: participativo, en cuanto fondo y forma; forjador de un dinamismo constitutivo, connatural. El lenguaje secreto de la historieta queda así traducido a una interpretación digital abierta a infinitas puertas. Salvo casos aislados como El asco (obra cerrada y redonda más que de sobra desde su concepción a tenor del interés de los ya mencionados Agrimbau y Ginebra), Historietas Reales aporta un cúmulo, aparentemente infinito, de breves relatos destilados atendiendo al gusto del momento. No hay límites escénicos, ni cortapisas reductoras. De este modo, la ilusión de McCloud de «un lienzo sin límites» cobra parte de sentido: la linealidad queda atrás pero no es abandonada (el marco del papel es el sustento de las mismas), favoreciendo su lectura; la esencia del cómic permanece inerte en pos de la versatilidad reconocida de lo claro y conciso.
Quedan atrás las naturalezas muertas. El alarde simbólico responde a una intención, a un interés manifiesto por contar de modo creíble y verosímil unos sentimientos ciertos. Todo responde a un sentido. Nada queda dispuesto al azar. Nada resulta recurrente o traído al pairo por una digresión. Cada acción es medida en aras a la ya mencionada intensidad de facto. Tras la misma, el deseo por compartir, atendiendo a un esquema previo de fondo, destinado a sustentar el peso de la historia. Y es aquí donde cobra valor la propuesta de nuestros historietistas. La autenticidad brota no de la causalidad aparente si no de la intencionalidad consciente. El alma se pone de manifiesto pero a tenor de una pauta, a renglón seguido de un modelo que tipifique su trasfondo emocional. Que lo conduzca y oriente hacia un propósito concreto. Que lo haga, de esta manera, real. Perdurable.
La Historia hecha Historieta.
La otra cara de la moneda: el canto épico. Antes hablábamos del uso parcialmente paródico de una moda. Ahora, tenemos que hacerlo de la recuperación de una tradición especialmente destacada dentro del ámbito de la Historieta argentina: el cómic histórico. Oesterheld, Pratt, Breccia, Carlos Roume, Juan Arancio, Arturo del Castillo, entre otros, nutrirán el marco principal de la aventura, cuna de hombres y mujeres dignos de elogio, en un tiempo y espacio concretos, definidos como turbulentos. Una manifestación, con detalle exhaustivo, de épocas remotas, siempre con presencia reveladora, en un presente aleccionado ante su pasmosa falta de respuestas o convicciones, a tenor del momento. Héroe y sociedad a la sombra de las circunstancias impuestas.
En este sentido, la propuesta de la UNHIL supone un paso adelante. El modelo oesterheldiano de narración in crecendo, por el cual el arquetipo del hombre común, ordinario, puesto en una situación extrema capaz de afectar los cimientos mismos de la estructura social, y que finalmente deriva en un colectivo atrincherado alrededor de la defensa a ultranza de sus principios ideológicos, es superado con creces. Así, este héroe individual o colectivo, pero ficticio en todo caso, será sustituido por su correspondiente correlato real. No es de extrañar. La tucumana UNHIL se enmarca dentro de este generoso espacio de la otredad, de asumir la voz de los semejantes, compartida, erigida en la necesidad de recuperar los sujetos marginados y marginales de la historia oficial, los hechos puntuales sumidos en el olvido, es decir, esa memoria colectiva tan denostada tanto en la Historia, como la Historieta argentina. Y no es este un ejercicio de historicismo resultón de tapa de fascículo, carente de propósitos. Imbuidos de propuestas cercanas al nuevo historicismo de Pierre Nora, o a los estudios literarios de Gilbert Chaitin, estos, orientarán sus esfuerzos hacia un documentalismo, de fondo y forma proclive a la reconstrucción de un pasado, en cierta manera, borroso, además de proclive -este es el verdadero peligro- a ser borrado, y que hará indispensable un nuevo discurso: un cómic de corte diferencial ligado a una funcionalidad política estratégica para influir en las conciencias; intento consciente por forjar un espíritu crítico e independiente.
Lejos del panfleto, la UNHIL plantea un modelo de Historia viva, entendida y manifestada como la narración de un tiempo anterior marcado de actualidad. Así, 1806- Invasión (obra plural donde colaboran entre otros: Arturo Soria, César Carrizo, Guillermo Fabián, Néstor Martín, Rodolfo Paz, y un largo etcétera), surge con el propósito de plasmar un hecho capital como son las invasiones inglesas. Lo remoto cobra forma, se hace carne; lo lejano se palpa, se vuelve cercano. Lo pretérito se exterioriza en cuerpo y alma, con la intención única de encontrar causas plausibles capaces de dar respuesta al por qué de tanta sangre derramada, de tantos silencios vedados. La esencia de lo argentino en contraste: pasado, presente y, sin duda, futuro, interrelacionados entre sí bajo unas mismas circunstancias, cercados bajo el peso de una misma sombra, a pesar de verse nutrida de épocas equidistantes. Río de sangre de origen incierto, remoto, pero tratado de precisar, de acotar.
1806- Invasión, en este sentido, postula un punto de partida expreso. Resistencia heroica ante el exterior, combate cuerpo a cuerpo de seres anónimos, pero comprometidos, ensartados dentro de los límites de una intrahistoria mundana, definitiva ante la oportunidad de ofrecer una recreación popular de primera mano lejos de un producto editorial de aire simplón al estilo de Pigna, de escaso carácter divulgador y menor repercusión mediática. Obras como Hiroshima de Keiji Nakazawa, o, Las torres de Bois-Maury de Hermann, atestiguan, sobradamente, que el cómic es digno hijo de su tiempo y de sus gentes, confirmando su potencial intrahistórico por encima de otros medios más dados al espectáculo. Lo oral jamás recogido por las versiones oficiales; aquellas historias de la vida, secretas y ocultas a los ojos de la posteridad, capaces de alcanzar una definición acorde con el grado de épica profunda y generosa de quienes se sacrifican por el resto, los demás, en silencio, imbuidos por un ideal imperecedero. Gestas capaces de erigir la memoria histórica de toda una nación, más aún en los tiempos de su formación y constitución (de ahí la relevancia de escoger este periodo concreto de entre todos) como unidad cultural. Una épica del pueblo, de protagonismo múltiple y vedado, que, será quien marque el devenir en común de la Argentina a lo largo de su Historia por medio del diálogo interpersonal entre personajes supuestos representantes del parabién colectivo, lejos de cualquier atisbo de lirismo individualista. Valores e intereses impresos en su definición, para bien o para mal.
No es de extrañar, por tanto, que, ante el peligro de la indefinida postmodernidad de principios de siglo, y tras el oscuro contexto que sacude, día sí y otro también, los tiempos recientes de la nación argentina, su historieta quiera asumir un propósito de entrega, cercano, quizás, a la enmienda. Como medio de comunicación de masas, aunque éstas hayan disminuido considerablemente, la Historieta argentina ha desempeñado una función reveladora de su idiosincrasia. Sus autores han presentado un interés preclaro en retratar las mejores cualidades del ser humano: valentía, sentido de la justicia, coraje, solidaridad… siempre dentro de situaciones extremas tendentes a la destrucción. De los héroes de papel, el lector podía tomar nota, aprender a ponerse en su lugar y asumir, dentro de los límites de la imaginación, su papel. Un cariz pedagógico capaz de elevar productos de consumo y entretenimiento, en tabulas rasas de aprendizaje moral. Educación para la vida y sus vicisitudes, desde viñetas plenas de interés humano.
Imbuida de esta tradición, la UNHIL en su conjunto, decide emprender una vía de marcado carácter educativo (para ello fundan el Ekeko, institución para la enseñanza de la Historieta, junto a la UC!, unión de caricaturistas de Tucumán). La escuela ha de convertirse en el nuevo espacio de referencia. Abandonado el quiosco, asumida la fuga de lectores, la UNHIL presenta un producto de presentación en pos de la conquista del aula, germen del mañana. Destacada línea social capaz de aunar vocaciones artísticas y docentes, para la creación y uso de una herramienta de trabajo y disfrute ideal para ofrecer imágenes de la Historia, movidas por la búsqueda permanente de la verdad, aquellas razones y hechos determinantes constituyentes de la visión propia de lo argentino. Hoy por hoy, cuando tanto cuesta captar la atención del alumnado, el cómic, en relación a esta y otras materias, puede revelarse como un revulsivo paradigmático: explicación somera de una materia de hechos y sucesos carentes de sentido de no ser difundidos de manera adecuada; paulatina escalada de conocimientos guiada, a la que el futuro alumno aportará sus opiniones personales en defensa de una interpretación propia. La lección, a primera vista, puede resultar evidente: cualquiera en cualquier momento puede asumir un rol específico en la Historia. Encontrar nuestro lugar y estar preparado para asumir nuestras depuradas responsabilidades en el momento preciso y oportuno. Que no es poco.
Ahora sólo queda esperar; aguardar a que esta prístina semilla de identidad cultural, brote…
Sendas.
Orquestadas las voces colectivas, el devenir de la Historieta argentina se presenta no lleno de incertidumbre. La superación paulatina de este estado de crisis aún no es un hecho. Es verdad que han sido plantados los nuevos cimientos de una concepción ésta de la creatividad puesta en común, de la creación compartida, tan necesaria como indispensable; pero el crecimiento industrial, el mismo que en otro tiempo no muy lejano quizás hubiera rechazado estas mismas propuestas por «atrevidas», no resulta igual de parejo. Ambas líneas, por algo será, han encontrado correspondencia editorial, pero, en términos genéricos, los modelos de producción no han encontrado aún una respuesta capaz de permitirles asumir cierta capacidad de reacción frente a la continua perdida de lectores potenciales cegados por los cantos de sirena de otros medios de ocio y entretenimiento o, incluso, artísticos.
Descartados, salvo las honrosas excepciones de algún que otro homenaje, los apoyos institucionales, o bien, los creadores prácticamente ceden a precios irrisorios sus obras, con la esperanza generosa de gustar e ir generando mercado, o bien, las publicaciones se sustentan del pasado, viven del nombre ganado a pulso antaño, aún dando la sensación de ser anacronismos ambulantes, amén de cotos vedados, incomprensiblemente, a esta nueva generación de autores capaces de gestar generosamente y por si solos los vientos de cambio y renovación oportunos, a pesar de la falta de reconocimiento, o mejor, de agradecimiento. Impulsos económicos estables y estabilizados, así como, la asunción del orquestado cambio generacional, se revelan como los pasos a seguir para alcanzar el destino final: la recuperación de la Historieta como medio de difusión de masas, como espacio de encuentro fortuito encaminado hacia la posteridad.
En cualquier caso, la suerte ya esta echada. Por eso, quizás, la conclusión no sea tan halagüeña.