Tanto Watchmen como Dark Knigth Returns son considerados los comics que vinieron a dar madurez y seriedad al trillado género del superhéroe; esta afirmación no es en absoluto falsa, aunque si habitualmente muy mal entendida. Es presisamente a partir del 1986 cuando repentinamente todos los superhéroes mainstream comenzaron a descararse bajo el malentendido de que maduro es igual a violento. Así, el Punisher fue cuando entro en apogeo de lectores a sarta de tiros y explosiones, lo mismo que Wolverine fue tomando popularidad como un personaje cada vez que, villano a villano, se tornaba más violento e «ipredecible» (recordemos su «beerserk mode» o como fuera que le llamaran); por esos años es que Venom ya merodeaba y no paso mucho tiempo antes de que lo convirtieran en un «antihéroe», o que Lobo, con todo su cinísmo ante los propios lectores («bite me, fanboy!»), llego por momentos a verder tanto como Superman o Batman. En palabras de Dave Gibbons: «esto no es a lo que nos referiamos con madurez».
En Watchmen hay personajes bastante perfilados ba jo diferentes tesis; en lo que superficialmente resulta «violento» hay que poner en cosideración a Rorschach y al Comediante. Con este último, Alan Moore cuaja una especie de tesis sobre lo que es la praxis de la egemonía del poder gringo desde la Segunda Guerra Mundial (donde fueron los buenazos indiscutibles) haciendolo llegar hacia Viet-Nam (donde fueron los villanos indiscutibles) y hasta sugiriendo circunstancias de los 80´s como la intervención en Nicaragua.En la serie, Edward Blake, alias «the Comedian» es uno de los Minutemen originales de los años 40´s y carece de superpoderes perse. A diferencia de sus colegas (y del otro superpatriota gringo por todos conocidos como el Capitán América), Blake es un personaje que evoluciono junto a la idiosincracía política del país al que sirve, los Estados Unidos de América, ya trabajando bajo ordenes directas de dicho gobierno desde los 60´s, y no tarda en devenir primero a una especie de cínico y, poco despues, en un perfecto estoicista.
En toda la serie aunque Blake es puesto como un bastardo infeliz que de héroe poco tiene, Moore y Gibbons tienen el cuidado de perfirlar su idiosincracia: notese que a diferencia de un Batman o un Punisher, el Comediante no tiene una obsesión con la venganza; no hay nada salvó su entendimiento de que la humanidad es una mala broma cósmica para justificar su pesimismo y violencia que resultan en de una especie de absurda lógica no tan errada de la realidad. Con su cicatriz (el momento en que la adquiere es uno de las secuencias mas escabrozas jamás narradas) fisícamente Blake se antoja referenciado a una de las mayores leyendas de la Segunda Guerra Mundial, Otto Skorzeny, el soldado predilecto de Hitler quién reálizo, en la vida real y a nombre de los villanos (los nazis), más de alguna hazaña del tipo que solo se ven en las películas tipo los Cañones de Navarone.
Una historia que fundamenta su narración en las consecuencias de las diferentes capacidades humanas para lo atroz, la praxis total del poder es aplicarlo como tal y Blake sabe bien que al final el patriótico cuento del «sueño americano» es un mero albur y nada más: el poder es un fin, no un medio, y mucho menos, un medio ideológico. En el comic solo es sugerido en algún diálogo, pero en algún promocional, Gibbons y Moore delatan a Blake como el francotirador que se chuto a John F. Kennedy y con él a todo liberalismo que supuestamente representaba y que no tardo en resultar en la agria necedad de meterse en Viet-Nam. Las escenas que nos revelan el comportamiento de Blake en Viet-Nam nos develan a un hombre en perfecta sintonía con la guerra: matar, mentir y ultrajar para él no es el ejercicio de repercusiones morales de una causa, es su argumento estoico de que la naturaleza humana esta programada para su autodestrucción y que no vale la pena fingir otra cosa en la época de la escalación del armamento nuclear. Es ahí cuando, sentado con los Crime Busters, destapa a los superhéroes, cuyas aventuras no son otras mas que atrapar a criminales del bajo mundo o reducir la inflación de las drogas y la prostitución como algo anódino y ridículo, como una evasión de una realidad mayor que son incapaces de comprender mientras insistan que su peor enemigo es Moloch.
Pudieramos argumentar que la perdida de la inocencia del superhéroe fue, en efecto, cuando ninguno de ellos (personajes de ficción, a fin de cuentas) ganaron Viet-Nam, o en tiempos mas recientes, evitaron el colapso del World Trade Center. Pero con el Comediante en Watchmen, añadido al giro genial de que con el Doc Manhattan los gringos siempre si ganaron Viet-Nam e hicieron de Richard Nixon un presidente idealizable, se profundiza el argumento de que no se trataba de ganarla por un bien perse, se trataba de un mero ejercicio de poder que en este universo ficticio poco cambia ante la escencia humana de hacer la guerra a la menor provocación: aparentemente ( y recalco aparentemente) para Moore y Gibbons el idealismo del superheroe es un tontería porque no nos queda mas que sentarnos a ver la televisión a esperar que algún imbecil comienze una guerra nuclear para arder todos juntos en un holocausto post-apocalíptico.
En la lectura cuidadosa de la obra, nos daremos cuenta de que si bien el idealismo «de las mallitas, los rayos X y el sueño americano» en efecto son una especie de opio tampoco es motivo para ir toda la vida con un sosiego semi-emo de que no hay nada rescatable de la humanidad; lo que hace diferente al Comediante de un Punisher o un Logan o hasta del propio Rorschach, es que sus autores le dan una expiación muy especial; digamos que le encuentran un elemento audazmente positivo por el cual, soberano ejemplo de corrupción, tenía el derecho a existir. Esto mismo, que se abordara poco a poco (sin entrar en enajenantes spoilers, no se preocupen), es lo que hace que toda la pesimista violencia que devino en el mainstream gringo como supuesta influencia de Watchmen fue no del todo entendida, y por lo mismo, bastantito lejos de ser superada.