Uno de los tantos artilugios narrativos en Watchmen es seguir la narración escogiendo a un personaje en particular. En el caso de la historia vista y narrada desde el diario de Rorschach no solo tendremos una cara más del poliedro narrativo; también leeremos una de las mas escabrosas obras de ficción sobra el quiebre psicótico. Si el Nigth Owl es un personaje que recuerda, con su disfraz y con sus gadgets, al Batman de Adam West, por su parte Rorschach es el retrato psicológico del término que haría popular al Bruce Wayne de Frank Miller: un psicópata. No en vano Moore y Gibbons hacen explícito en diversas partes de la trama que el Nigth Owl y Rorscharch formaron un legendario equipo que puso a temblar a la sociedad criminal de la Nueva York de finales de los 70´s; por un lado el fanboy que juega con sus gadgets, y por el otro, el psicópata quien realmente tiene una necesidad compulsiva por salir a combatir al «mal».
A diferencia de Batman y del propio Nigth Owl, cuando alguién le quita la máscara a Rorschach, nadie entra en el estupor y sorpresa tipo «¡pero si es el conocidísimo millonario Bruce Wayne!». La identidad secreta bajo la mascara de Rorschach es nada mas ni menos la de Walter Kovacks: un perfecto don nadie. El perfil psicológico de Kovacs, más su diario, nos revelan que Walter es tan solo una persona cualquiera de los gettos populistas de cualquier sociedad. Su madre, leif motiv de su misoginía, fue abusiva y promiscua. De su padre a quién jamas conoció, Kovacks tiene la romántica fantasía de que murió en combate durante la Segunda Guerra Mundial, peleando contra la villanía nazi (fantasía porque los autores nos lo dan a entender así). Con una infancia bajo el maltrato y el abuso, sin oportunidades reales de una educación básica, Kovacs poco a poco se fue convirtiendo en un animal de la calle.
Esto lo deja listo para la narrativa fundamental del personaje que se resolverá en dos etapas marcadas por un evento perfectamente calculado por sus autores; un antes y un después en la historia de una caldera viviente a punto de estallar. En efecto, si Kovacs a raíz del incidente de Kitty Genovese decide hacerse un «rostro» y hacer manifiesta su lucha contra aquellos que evidentemente hacen el «mal», el vigilante Rorschach, el compañero del Nigth Owl nos es presentado como un fulano que combate al crimen aun bajo los códigos que definen a un héroe: lucha contra el crimen pero es «suave» y solo los arresta; bajo el modelo típico del hombre murciélago, no esta dispuesto a cruzar la línea ética de matar a sus enemigos: aun tiene un grado de sanidad.
Pero cuando el Kovacs sentado bajo el análisis del regordete y sonriente psicólogo escupe sobre una prueba de Rorscharch la frase «la cabeza de un perro partida a la mitad», la posición ética de lo que definimos como «heroísmo» se transgrede tanto para el personaje como para los lectores de una forma brutal e inequívoca.
Mientras la catarsis psicológica del Nigth Owl es perder su impotencia, o la del Dr. Manhattan es recobrar el interés por la existencia humana desde su dimensión de semi-omnipotente Dios, en Rorschach las condiciones de su patética y violenta infancia ni siquiera son suficientes para prepararlo al vistazo del abismo de Nietzche; el descubrir que en el ser humano existe la capacidad de engendrar y perpetrar la maldad mas pura y absoluta. Maldad pura no siendo los maquiavélicos planes de algún supervillano por conquistar al mundo (no en los términos habituales del género, que ciertamente no aplican en Watchmen), si no la maldad que existen en las notas rojas cuando estas hablan de los que mochan orejas como fuente de ingresos, de asesinos seriales, de fulanos comunes y corrientes que repentinamente encuentran la voluntad para ser crueles y torturar a sus semejantes más débiles, de ignorantes que secuestran y queman bebes, de padres que abusan, violan, mutilan o asesinan a sus hijos…los eventos micro-pragmáticos que nos esforzamos por llamar «perversiones» u «anomalías» de «gente loca» para poder seguir viviendo en la burbuja de la normalidad.
Así, como el Comediante, Rorschach hecho un vistazo al abismo del individuo humano y no tuvo vuelta de hoja: la humanidad no tiene redención porque ni siquiera hay un Dios que pueda expiarla de sus males. A diferencia del Comediante, Rorschach no tiene sentido del humor, ni siquiera del negro, y sus divagaciones por las atrocidades del ser humano no le dan ninguna expiación, como si tan solo ser testigo fuera ser lo mismo que ser el perpetrador. Esta lógica básica es la que motiva a Kovacs dejar su piel humana y comenzar a inhabilitar por completo a Rorschach: el nihilista que ya hace tiempo ha perdido esperanza en los porqués de la existencia humana (que, cuidado, es muy diferente a perder el interés, tal cual sucede a Jon Osterman alias Dr. Manhattan).
Son esas pequeñas notas idiosincráticas y éticas las que marcan las diferencias y similitudes entre los personajes de Watchmen a los de cualquier otro cómic de super héroes. A diferencia de un Frank Miller, fiel creyente de que la perseverancia psicótica es hacer el «bien» sencillamente porque el «bien» es ganar a toda costa, con Rorschach Moore y Gibbons plantean más bien las consecuencias naturales de una postura ética en suma extrema. Hacia el final, Rorschach es él verdadero héroe que sigue su código moral hasta el fin de la historia de Watchmen, y también con perfecta simetría, el mas grande y patético perdedor de la misma, pues se da cuenta que su existencia en efecto es una gran nada.