Norma Lorena Loeza
El mes de mayo de 2019 será recordado como el fin de la era Game of Thrones (GoT), el gran fenómeno televisivo de inicios de siglo XXI. Las 8 temporadas en casi 10 años, numerosos premios y nominaciones, un enorme fandom en todo el mundo que generó miles de teorías y foros de discusión y un fenómeno literario paralelo que todavía no concluye, son sólo algunas de las razones por las que esta serie pasará a la historia y se seguirá hablando de ella todavía por mucho tiempo más.
Para HBO el éxito de esta serie es resultado de muchas lecciones aprendidas a los largo de dos décadas, que iniciaron con otra de sus series inolvidables: The Sopranos (1999) que rompía los esquemas tradicionales e inauguraría una nueva era en la concepción, diseño y producción de series televisivas. HBO aprendió entonces lo efectivo que resultaba usar técnicas cinematográficas para construir narrativa en televisión o cómo enganchar a la audiencia con un antihéroe que lograba robarse el corazón de la audiencia, a pesar de ser una persona profundamente desagradable.
Ni qué decir que para la cadena, todas esas enseñanzas fueran valiosas. Incluso podríamos decir que para la industria en general. Nunca hubiéramos tenido un Walter White (Breaking Bad, 2008) sin antes haber conocido – y amado – a Tony Soprano.
Pero GoT llegó a niveles nunca antes pensados, ni siquiera para quienes se dedican a producir entretenimiento gran escala. Una fantasía medieval cruda, violenta, que no parecía guiarse por la dualidad elemental del bien contra el mal, pronto se apoderó de la audiencia llevándola a extremos de tensión y curiosidad nunca antes logrados. Y es que para estos momentos HBO sabía que el arte de sorprender y maravillar parte de un ejercicio básico de auto reconocimiento: ¿Qué haría yo en una situación semejante? Darse cuenta de que no somos tan buenas – o malas –personas, es lo que nos hace identificarnos con comportamientos que se producen en medio del amor, la envidia, el deseo de poder, la traición, la lealtad. Difícil que alguien no sienta que en algún momento se identifica, se mira, se encuentra en la trama.
Además de ello, la historia tenía un poderoso soporte literario que le daba consistencia narrativa, lo cual brindaba la suficiente complejidad e información de referencia para construir personajes complejos y entender motivaciones intrincadas, cambiantes, pasionales.
Fue justo cuando pensamos que ya nada podía salir mal, sucedió algo verdaderamente insólito. La historia televisiva se adelantó a la literaria y a partir de la sexta temporada, los creadores de la serie debieron continuar sin tener brújula. GoT no tenía continuidad, ni final orquestado por el autor -George R.R Martin- que no había escrito y publicado las dos últimas entregas de la obra.
Fue entonces que David Benioff y D. B. Weiss – los creadores del concepto para televisión- tomaron el control y terminaron las dos últimas temporadas a su manera. La serie se transformó de muchas maneras significativas. Una de las cosas que más interesantes resultaban de las primeras temporadas, era sin duda el uso de los tiempos y los espacios para contar las historias de los diferentes personajes. Moverse a través de Westeros llevaba meses, incluso años. Los trayectos no solo eran viajes, sino relatos diacrónicos que representaban un proceso específico para los diferentes personajes. Así vimos como el trayecto de Arya para convertirse en una asesina despiadada se desarrolló en casi dos temporadas, al igual que el viaje que lleva Bran a convertirse en el Cuervo de Tres Ojos.
Todos/as entendíamos la dinámica compleja que llevó a los personajes a vivir perdidos, buscando algo, escondiéndose o planeando los siguientes movimientos. Hacia el final de la serie, en las dos últimas temporada, ese manejo tan acertado del tiempo y el papel que juega en la vida de las personas, se perdió de manera significativa y por ello, costaba trabajo entender las motivaciones de los personajes que creíamos conocer y con los identificábamos tan bien.
No permitir madurar los cambios en los personajes que llevarían al desenlace, es quizá lo que provoca la furia del fandom que cuestiona con dureza el haber tirado por la borda todas las expectativas generadas. Y es que yo no creo que solo sea asunto del “arco narrativo” del que sea hablado tanto los últimos días. Creo que todas las transformaciones radicales en la personalidad de los personajes requieren tiempo y maduración. Y eso es lo que al parecer, les robaron los guionistas en la última temporada.
Por más que nos digan que había suficientes señales de que la serie podría terminar como termina, necesitábamos verlas desarrollarse para que dejaran claro el proceso. Por si fuera poco -y también hablando del tiempo- la última temporada tardó más de dos años en filmar solo 6 capítulos, suficiente tiempo para generar altas expectativas y una amplia gama de elucubraciones y teorías. También un marcado marketing hacia algunos de los personajes, lo cual generó todavía más apuestas hacia el final.
La espera también sacrificó crudeza, posicionó a los personajes mas queridos por la audiencia, traicionando el famoso lema de Valar Morgulis: Todos los hombres deben morir. Vimos que al final, las muertes ya no dependían del destino sino del nivel de audiencia y de las decisiones del show, no de la historia misma.
Pero pedir que se vuelva a filmar la última temporada y llenar de haters las redes, tampoco es una reacción razonable. Recuerdo a fandom de Star wars, indignado por la “traición” de George Lucas al vender la franquicia a Disney. Los que amamos la saga podemos estar o no de cauerdo con el tratamiento de la historia, pero pretender que tiene que hacerse en función de nuestros juicios, es no entender que nuestro poder como audiencia es otro: el de elegir dejar de ver el programa o las películas.
Sin embargo, el final será recordado como uno de los más vistos en todo el mundo y como un fenómeno dentro y fuera de la pantalla. La imagen del Drogon – el último dragón- incendiando el Trono de Hierro, deja el mensaje de que no valía perder tantas vidas por eso. Drogon es el único que al parecer, entiende lo pernicioso de la ambición humana. Una interesante lección que podrían aprovechar las cadenas para futuras producciones. No sacrifiques calidad narrativa por quedar bien con la audiencia, los productores, el marketing. Sé un Dragón, como bien aconsejara Olenna Tyrell.