He de confesar que llegué corriendo a y derrapando a esta edición de La Mole ET con el fin de ver a Marisa De Lille, que se presentaba por primera vez en el DF en su nueva faceta. Esto, debo aclarar, se debe a que en la segunda mitad de los 80´s, era una gran promesa del rock hecho en casa, antes de la invasión a nuestro país del rock en español, su disco No soy Igual (Peerles, 1986), se ha convertido en toda una joyita. He de confesar también que ignoraba que había seguido escuchando la increíble voz de Marisa a través de los años, ahora junto con millones de personas, ya que se encarga de interpretar los temas de algunas de las series de animación japonesa más famosas en este lado del mundo, baste mencionar tan sólo Dragon Ball Z y Sailor Moon. No cabe duda que Marisa es una mujer que sigue destilando talento.
Después de la dosis (¡y el madrazo!) de nostalgia rockera, me dirigí, con expectativas muy bajas, he de reconocerlo, a recorrer el recinto de Morelos, esperando como siempre, encontrarme con los comiqueros regados y perdidos entre los stands de juguetes, playeras y productos ajenos al comic que imperan en el evento. Grande fue mi sorpresa al ver que se había designado un área especial para los autores de comics, quienes ocuparon el salón de usos múltiples que se encuentra en el mezanine que se ubica entre la planta baja y el primer piso del edificio, ahí podíamos ver a Arthur Suydman presentando su increíble trabajo, a Paco Medina y Carlo Barberi en largas sesiones de firmas y sketches, así como a Mauricio Herrera y René Córdova, quienes ofrecían sus trabajos con el bonus de sus firmas y dibujos a sus seguidores, al igual que a artistas como Rocío Pérez, Momo; y Jorge Break, entre otros.
Las sorpresas no terminaban, pues otro suceso insólito de La Mole se presentaba a través de un comic conmemorativo, El Monito va a La Mole, en una producción de los organizadores a través de Chaneke, el sello de Rubén Armenta, creador de este popular personaje, que se ha convertido, al lado de El Guapo Ben, prácticamente, en la mascota del evento. El comic tiene una presentación sorprendente en su producción y cuenta con portada de René Córdova y contraportada-cartel de Mauricio Herrera, así como una serie de pin-ups entre los que se encuentra uno realizado por Polo Jasso, así como trabajos en interiores de Jorge Break y otros artistas.
Lamentablemente, ésta área de comics pasó casi desapercibida para el público habitual a La Mole, quienes lo pasaron por alto al habérsele asignado el espacio en donde anteriormente se realizaban los juegos de rol, por lo que era una zona, por así decirlo, de evasión por tradición. Lo bueno es que se notó que hubo gente que iba específicamente a buscar este nuevo atractivo de La Mole, que con ello demuestra que la intención de volver a atraer a los comiqueros a este evento, va en serio.
Las cosas pudieron haber estado mejor si se le hubiera dado más importancia al cómic y a los autores que se presentaban, es decir, sí se hubiera incluido en el programa de actividades del evento, ¿se imaginan la cantidad de audiencia que hubiera generado, por ejemplo, una clínica impartida por Suydam o una conferencia con los artistas mexicanos de Marvel?, esperemos que para la próxima programación, la bella Rocío Arreola tome esto en cuenta.
La verdad es que el área de comic se convirtió en un enorme Meet & Greet con Arhur Suydam y compañia, y eso es algo que los aficionados agradecemos, pero habría estado mejor si se hubiera hecho más promoción dentro del mismo evento, alguna señalización que indicara la ubicación (¡y la existencia!) de este espacio, los visitantes ocasionales que llegaron a entrar quedaron fascinados con lo que ahí se ofrecía, y hubiera sido magnífico que más gente se hubiera enterado, pues gran parte del público que asiste al evento, y no nos referimos únicamente al público cautivo, no espera ver nada diferente a lo presentado en otras emisiones y aquí había una buena oportunidad de engancharlos.
Pero hay que tomar en consideración que lo difícil era dar el primer paso y éste ya está dado, costará trabajo que La Mole recupere al público al que se le relegó por más de una década, lo que ocasionó que se convirtiera en un evento al que los comiqueros le sacábamos la vuelta al convertirse únicamente en punto de convivencia y reuniones sociales para los amantes de los disfraces y la animación japonesa. Pero si siguen presentándose autores como los que engalanaron esta emisión y son programados para impartir pláticas y/o talleres, así como volverles a ofrecer un espacio físico digno, el regreso de los comiqueros a La Mole será paulatino, o como se dice coloquialmente, lento, pero seguro.
A pesar de estos detalles, que se pueden arreglar fácilmente, los XV años de La Mole pueden considerarse como un buen cierre para el año más comiquero del país de la última década.