
De un tiempo para acá se han dado a conocer noticias referentes a que el FBI había cancelado un sitio de Internet donde se podían “bajar” comics de manera gratuita. El crimen: piratería. Así mismo, en nuestro país se autorizó una ley que castiga por este crimen a los expendedores de videos no originales.
Ambas noticias dan pie a uno de los temas más polémicos de nuestro tiempo: el uso de la Internet y otros medios electrónicos para la obtención y disfrute de productos culturales. El tema es muy espinoso y difícil de abordar, ya que tiene posiciones a favor y en contra igualmente válidas. Pero nos centraremos especialmente en el producto que nos interesa: los comics.
Comencemos con el primer ataque a la piratería: el pago de derechos a los creadores, lesionando las ganancias dignas de su trabajo. En el caso de los comics, el pago a los creadores es eso: un pago por sus servicios. Es decir, se les encarga un proyecto y se recibe el pago acordado y ahí termina la relación laboral. Son contados los casos en los cuales los creadores reciben regalías por su trabajo. Así que la lesión al trabajo creativo sólo existe cuando el creador es el único dueño del producto y su distribuidor.
En estos casos el único “lesionado” por la reproducción de un comic sería la editorial. Y aquí tocamos uno de los puntos más importantes: “Reproducción”. ¿Por qué? Porque un comic digitalizado es solo eso: la reproducción del contenido de una revista. Pero no es la revista en sí. NO ESTA IMPRESA.
Aún cuando la imprimiéramos al mismo tamaño e igualando sus características, resultaría algo que en el mundo editorial se llama facsímil, una copia muy bien hecha, pero copia al fin. Y por lo tanto, carente de valor de venta. Además de que este tipo de reproducción saldría aún más cara que el original.
Y este es el punto central al que queremos llegar: El comic digitalizado carece de valor coleccionable. Al poder ser copiado de manera indiscriminada, no puede volverse un ítem de colección. Sólo aquello que es tangible puede ser considerado digno de ser coleccionado.
Y esa es la palabra clave: Tangible, ser físicamente percibido. De otra manera, lo único que tenemos es una gran cantidad de bites de información, pero nada que podamos presumir. Y en el caso de los comics (y de todos los productos culturales) el 50 % de la diversión, es poseerlos, cuidarlos y ordenarlos. Ninguno de nosotros compra un comic para después tirarlo. Por el contrario, es difícil que un coleccionista regale, preste o venda un comic a pesar de que no le haya gustado.
Y esta reflexión nos permite otro argumento más a favor/ en contra de los comics digitales: se dice que cada vez que alguien “baja” un comic, perjudica al creador (entiéndase el distribuidor) por ser una compra menos. En realidad solo se realiza tal perjuicio cuando el comic no merece ser comprado. Es decir, si el comic al leerlo en la red nos gusta y mucho entonces las ganas de comprarlo serán mayores. Por lo tanto el comic digital se convierte en un excelente medio publicitario.
Pero por el contrario, si el comic no nos despierta interés, nos habremos ahorrado una compra inútil. Por eso las editoriales intentar evitar la distribución digital: porque tendrían que esforzarse en presentarnos sólo comics interesantes. Sobre todo cuando en los últimos años sus ventas se han basado en la realización de comics que lo único interesante que han tenido son sus portadas variantes o raras.
Concluyamos por el momento. Para nosotros, ningún archivo digital puede suplir al producto en sí. No es lo mismo hojear un comic que admirarlo en la red. Aunque es válido leerlo y que el contenido es lo más valioso del comic, como objeto coleccionable, sólo es válido el poseerlo físicamente.
Continuaremos con el tema y esperamos sus comentarios.