Licorice Pizza. USA, 2021.
Dir. Paul Thomas Anderson
Reparto: Alana Haim, Cooper Hoffman, Mary Elizabeth Ellis, Bradley Cooper, Sean Penn, Tom Waits,John C. Reilly, Ben Safdie.
Para nadie es sorpresa comprobar que la vuelta a la nostalgia se ha instalado de manera definitiva en nuestras vidas. Mucho se ha hablado de cómo recordamos las décadas en las que divertirse, amar, y mirar pasar la vida en general, se sentía de un modo diferente. Y quizás no es sólo nostalgia. Hay algo en esos relatos que todavía nos interpela profundamente.
En el caso de Thomas Anderson, es claro que el director conoce perfecto ese hilo emocional setentero que nos habla tanto y de modo tan contundente de cómo somos y de dónde venimos. Ya en uno de sus éxitos anteriores, Boogie Nights (P.Thomas Anderson, 1997) apelaba a ese momento en que nadie temía las consecuencias de una revolución sexual que se volvería depredadora en cuanto empezar a generar ganancias.
Mucho de Boogie Nights y de Magnolia (P.Thomas Anderson, 1999) se sienten como influencias para esta cinta. ¿La diferencia? En esta ocasión no hay denuncia, ni filosofía. Es como abrir un álbum antiguo de fotografías familiares y divagar un poco en las historias secundarias de aquellos momentos.
Tomando como hilo conductor la historia del primer amor de Gary Valentine (Hoffman, sí el hijo de Phillip Seymour), con una chica mayor que él Alana (Haim), la narración se entrecruza con otros personajes y situaciones que desvían nuestra atención del desenlace previsto desde el planteamiento.

Licorice Pizza, va saltando todos los momentos críticos de su argumento, pero no porque no quiera tocarlos, sino porque los minimiza nivel incidental. La diferencia de edades, los estereotipos racistas, la doble moral y la hipocresía, no le merecen más que un par de situaciones absurdas, en un momento en que nadie se cuestionaba seriamente ninguna de esas cosas.
Sí, puede que la película no guste a quien espere una historia de amor tradicional. Cuesta engancharse con algo que de algún modo sabes en que acabará y al que se le dan miles de vueltas. Es justo entonces que la película te engancha haciendo uso de una cinematografía deslumbrante, una producción que cuida cada detalle de época y un soundtrack maravilloso.
Al final, no nos explican que es una “pizza de regaliz” (sabemos que es una alusión a los discos de vinilo de la época, pero eso no se menciona nunca en la cinta), no nos cuentan más allá de un romance juvenil, ni hay un discurso grandilocuente sobre la sencillez de la vida. Sin embargo, la película logra que pasemos una tarde de cine al mejor estilo de las tardeadas de antes. Y eso, al parecer es suficiente para explicar el gran éxito que ha tenido por festivales y entrega de premios.