The banshees of Inisherin. Irlanda, Reino Unido, USA 2022
Dir: Martin McDonagh
Reparto: Brendan Gleeson, Colin Farrell, Kerry Condon, Barry Keoghan.
Hay un encanto particular en las historias que les suceden a las personas que aparentemente viven sus vidas de manera sencilla y al que, al parecer, no enfrentan los dilemas de la modernidad, ni de las sociedades complejas. Dicho encanto proviene principalmente del hecho de que se desenvuelven en una realidad romantizada en su simplicidad, que es imposible no sentir como entrañable.
Nos permite, además, comprobar que no hay juicios fáciles cuando se trata de comprender la naturaleza humana. Si una creía que lo entendía todo, la naturalidad de lo incomprensible hace impactante a esta cinta, dejando al público sin palabra alguna, impresionado por este reflejo tan soberbio del alma humana y sus preocupaciones más básicas.
Martin McDonagh, nos lleva a una pequeña población ubicada en una isla irlandesa. Son tiempos de la guerra civil, por lo que además hay un halo de aislamiento, las noticias del mundo llegan tarde y pasan de boca en boca. La vida para los pobladores de Inisherin, es lo que sucede en la isla como último resquicio del mundo, y universo a escala de la experiencia colectiva.
Esta sensación de desconexión no sólo tiene por objeto mostrar el escenario y el contexto de la historia. Se convierte en una característica envolvente que explica las increíbles motivaciones de los personajes. Entendemos así que al final, lo que sucede no se explicaría de otro modo, debido al ambiente aislado en donde la historia sucede.
Mucho de ello se logra con la increíble fotografía que muestra una isla que puede ser tan pequeña o grande, dependiendo de la toma y la posición de la cámara. Personas a veces empequeñecidas en su andar por los caminos o en comparación a las montañas de fondo y, a veces tan profundas como sus miradas y dolores, hacen de la condición de aislamiento en la isla algo más que escenografía.
La cinta, sin embargo, no habla de soledad, sino de desamor. Pádraic (Farrell) no sabe qué hacer cuando Colm (Gleeson), su amigo de toda la vida, un día decide que ya no le agrada más y que no desea que le hable, ni esté cerca de él.
Tan intenso como perder al amor de la vida, es lo que experimente Pádraic con esta ruptura. Bien dicen que de la amistad al amor, no hay más que un paso. El duelo se vuelve insoportable en una isla, y una comunidad pequeña donde todos y todas se conocen.
De más está decir que el drama va subiendo de tono hasta volverse violento, brutal, desgarrador. Como espectadora, resulta incomprensible lo que los personajes idean para lastimarse el uno al otro, solamente por el hecho de sentirse rechazado por un lado y ahogado en una relación manipuladora, por el otro.
Collin Farrell lleva al personaje de lo paródico hacia lo trágico en un trabajo actoral digno de reconocerse. Ello no demerita el trabajo de todo el elenco actoral, que logra retratar el desasosiego por el conflicto de los personajes centrales a pesar de tener sus problemas propios.
Lo espíritus de la isla, pues, no son sobrenaturales. Son culpas y resentimientos tan terrenales como humanos. Dolores que no entendemos y que nos conectan con esos pueblos chicos de infiernos grandes que son más parecidos a nuestros conflictos de modernidad y consumo, de lo que muchas veces nos permitimos aceptar.