En su acepción más general, Búnker viene siendo todo reducto inexpugnable que, de manera más bien privada y excluyente, permita a un puñado de privilegiados individuos hurtarse de algún tipo de catástrofe.
Llevado a la metáfora, no cabe duda que el cómic nacional, como tantos otros ghettos perpetrados bajo la retórica y ya más bien apolillada sombra de la llamada contracultura, tiene mucho de búnker. Las respectivas demarcaciones del caso (Manga, DC-Marvel, cartón humorístico, caricatura política, historieta “culta”) se delimitan y se repliegan sobre sí mismas con feroz intransigencia, y la patente proliferación de noveles proyectos, creadores y lectores, antes que despertar un solidario alborozo de cofrades, desata toda suerte de histéricas petulancias ante la sensación de feudo amenazado.
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