Del 5 al 7 de diciembre se realizará la ExpoRobótica 2008, en el WTC de la Ciudad de México. Con un área de 2,500 m2 y con una expectativa de 25,000 visitantes y 70 empresas participantes, la segunda edición de esta convención (la primera se realizó en 2003) contará con la participación de conocidos del medio gráfico mexicano, como ¡Ka-Boom! Estudio, así como de Raúl Cruz Figuero, mejor conocido como Racrufi.
En el caso de Racrufi, cabe mencionar que se montará una galería con el genial arte fantástico de este creativo mexicano, quien es reconocido por su numerosa obra gráfica en el género de la ciencia ficción. Les recomendamos darse una vuelta por el evento y conocer ambas propuestas. Para aquellos que no conozcan el trabajo de Racrufi, les presentamos a continuación una muy buena entrevista publicada en Comikaze # 1, realizada por Juan Carlos Aguilar. No tiene pierde, así que chútensela.
Racrufi: Mitos, engranes y piel
De niño, su más grande pasión era dibujar. Tomar un lápiz y comenzar a trazar las líneas que dieran vida a una nave espacial o un robot. Nadie se daba cuenta, pero con aquellos viejos bocetos, ahora extraviados, iniciaba su carrera Raúl Cruz Figueroa (Racrufi), uno de los artistas gráficos más importantes de México, que ahora es ampliamente reconocido en Estados Unidos y Europa.
Y no es para menos. Con más de 25 años como profesional, Racrufi se erige como el más valioso representante de México del llamado arte fantástico, que tiene en Boris Vallejo y Giger, el creador de Alien, a sus exponentes más interesantes en el ámbito mundial, por sólo mencionar algunos.
En México, el trabajo de Racrufi se ha presentado con éxito en la Galería del FARO, en el Anglo y en el Salón de la Plástica Mexicana.
En entrevista habla de esta aceptación por parte del público joven, de su inconfundible estilo prehispánico, y de esa «lamentable tendencia» de los críticos de no verlo como artista, sino como una mera curiosidad.
Dice Racrufi que al principio, cuando mostraba sus trabajos llenos de escenarios fantásticos y naves, mucha gente le decía Para evitar eso, decidió agregar a los guerreros o heroínas, propios del género, elementos prehispánicos que los hicieran únicos. «¡Ah, La guerra de las galaxias». Siempre comparaban su trabajo o, peor aún, afirmaban que lo había copiado de las películas y los cómics».
«Comencé a pintar robots con detalles de guerreros aztecas y los ubicaba en lugares reconocibles de la ciudad, como el Monumento a la Revolución o el Metro. Recuerdo que el primer dibujo que hice con estas características fue una nave espacial inspirada en la cabeza de Quetzalcóatl».
Le seguirían dos que ya son emblemáticos: el de un azteca con vestimenta metálica que sostiene en la mano un dispositivo, y el de un robot que está en el andén de la estación del Metro Mixcoac, convertido en ruinas luego de una explosión.
Con esos elementos ponía un sello personal a su obra, influida por un sin número de grandes maestros como los arriba mencionados, pero muy especialmente por Frank Frazetta, «uno de los grandes maestros que me ha inspirado mucho. En México, mi más admirado artista es Jorge González Camarena, que tiene un arte impresionante».
«No me gustaba que todo el mundo creyera que mi trabajo estaba copiado de otro lado. Ahora que he madurado, entiendo que se trata de una actitud cultural en nuestro país, que da por hecho que los mexicanos no somos capaces de hacer algo que valga la pena. Siempre se piensa que algo bueno fue hecho en el extranjero», reflexiona Racrufi, quien tiene el honor de ser el único mexicano que ha publicado su trabajo en los catálogos Spectrum, que reúnen lo mejor del arte fantástico y que se editan cada año en Estados Unidos.
Luego plantea un experimento: «Si mintiera y dijera que mi trabajo lo hace un extranjero, te aseguro que sería más reconocido. Es muy curiosa la expresión de asombro de la gente cuando me conoce. No se espera que sea una persona común. Es raro, pero si eres el mexicanito promedio, bajan mucho tus puntos. En cambio, si eres güero y de ojos azules, eres digno de crédito».
«Piensan que las cosas grandes sólo las puede hacer un pequeño grupo de personas y no alguien como yo, que no soy millonario, que no pertenezco a la clase política ni a los medios, y que me llamo simplemente Raúl Cruz».
Reconoce que la gente ha apreciado la calidad de su obra (prueba de ello son sus múltiples exposiciones), pero nada más. «Aquí en México no pasa de que te digan: ‘¡qué padre trabajo!’. Al final nadie quiere entrarle con dinero. No he pasado de ser una mera curiosidad. Tengo que trabajar mucho para que la gente vea mis obras como algo profesional, digno de una buena paga».
«Me imagino que se debe a que no comprenden que esto puede ser negocio. Lo más absurdo es que sí podría serlo, pero no lo consideran así. Aún no me he encontrado al visionario que le quiera entrar».
Este difícil panorama le ha impedido hasta ahora cumplir uno de sus mayores sueños: vivir de su obra personal. Por eso es que, para sostenerse, ha tenido que dedicar buena parte de su tiempo a diseñar los proyectos de otros. Pero aclara: «El dinero no es mi objetivo. Me conformaría con poder vivir de esto, aunque no fuera tan holgadamente».
«Estuve a punto de irme a Estados Unidos, donde este arte sí es reconocido y da de comer, pero gracias a Osama bin Laden ya no fue tan fácil: tras el 11 de septiembre la entrada a Estados Unidos se complicó. Para bien o para mal, me he dado cuenta de que las cosas sí se pueden hacer en México. Gracias al Internet ya no tienes que estar en algún lugar determinado. Ahorita yo sigo necio en que las cosas se pueden hacer aquí».
Racrufi está convencido de que parte del éxito de un ilustrador de arte fantástico es estar inmerso en el mercado, pues le da al artista la oportunidad de vivir de su trabajo y es justamente por lo que está luchando en nuestro país. «Yo quiero abrir mercado en México. Es muy rico saber que estás abriendo camino a las nuevas generaciones y que éstos te siguen», señala y luego adelanta algunos de sus proyectos: «Tengo pensado sacar un libro con una selección de mis trabajos y, tal vez, en un futuro, realizar un cortometraje».
Mientras platica, derrocha pasión por sus proyectos. Ahí, en su estudio, lleno de botes de pintura, bocetos y una maqueta de una nave espacial hecha con repuestos de plumas, cabezas de rastrillos y envases de desodorante, no para de soñar.
«No puedo vivir sin estar girando mi pensamiento alrededor de esto. Llevo un cuaderno a todas partes en el que apunto ideas. Es un hábito. No podría vivir sin este arte. A veces me deprimo porque veo que no pasa gran cosa con mi trabajo y me pregunto: ‘¿pero para qué lo hago, si no va a pasar nada?’ Afortunadamente son ráfagas momentáneas.
«Quisiera que el día tuviera más horas y que yo pudiera vivir 200 años sólo para poder pintar los miles de bocetos que tengo por realizar».
Entonces Racrufi se voltea y comienza a pintar. Ya no escucha a nadie. De nuevo está inmerso en su mundo. La entrevista terminó…