Por Esther García Ramírez
El primer texto que leí de escritor Gabriel García Márquez fue Cien años de soledad, no era un trabajo escolar, nadie me pidió hacerlo; tenía quince años y simplemente busqué en la biblioteca familiar un nuevo texto para disfrutar durante el verano. No sabía -al menos no el concepto- lo que significaba “realismo mágico”, desconocía que este escritor pertenecía a un grupo de autores que los especialistas agrupaban con el nombre del “boom latinoamericano”. Nada sabía de él, sin embargo apenas comencé a leer y ya no pude parar.
Me atraparon las descripciones de los escenarios y los personajes, por supuesto la historia; pero sobre todo la narración, que tiene un ritmo parecido a cuando llueve, a esa lluvia que no puedes dejar de mirar y puede atrapar tu atención por horas. Todavía cuando llueve con fuerza, pienso que no dejará de hacerlo por mucho tiempo como sucedió en Macondo; y entonces se me antoja leer.
Me asombraban los hechos inexplicables como la ascensión de Remedios, yo le llamaba imaginación, creatividad, locura, pero me gustaba; después supe que se llamaba “realismo mágico”. Hoy sé que esta capacidad de los autores de hacernos entrar en un mundo donde se combinan lo real y la fantasía, sin caer en lo absurdo, se llama verosimilitud y la posen sólo los grandes.
Murió uno de los grandes escritores de la Literatura del siglo XX y se fue en abril, como Miguel de Cervantes Saavedra, Sor Juana Inés de la Cruz y William Shakespeare. No sé por qué, pero fue otra vez en abril.