Para muchos que nos han preguntado «off line» publicar algo sobre Alberto Breccia, les demos este estracto de la entrevista tomada de Fuga Historietas, hace algunos ayeres, resulta interesante esta conversasión, pronto tendremos más información de este Maestro del Cómic Mundial….
Reportaje realizado por: Alfredo Vanini (desde Buenos Aires). Mediados del año de 1993.
Registrado, anotado, catalogado por: Aldo Nilton Fuentes Arana.
Alberto Breccia es el mejor argentino y uno de los más cotizados del mundo. Tiene 74 años, tres hijos, una docena de gatos y una silenciosa casa en las afueras de Buenos Aires. Breccia tenía la voz cansada y la mirada dura, como se espera de quien ha dibujado la muerte.
Para ir a la casa de Breccia, en Haedo, en las afueras de la Capital Federal, hay que tomar el tren en la estación Once, uno de los sitios más feos y a la vez más peculiares de Buenos Aires. Es una soleada tarde de noviembre y, armado de mi infalible grabadora, estoy en el tren que va desde Once hasta Haedo.
Leo Mort Cinder de Breccia, un clásico expuesto de por vida en el Salón Mundial de la Historieta. Hay aquí un personaje, el anticuario Ezra Wilson, confidente del héroe, cuya presencia en carne y hueso saludaría en el punto de mi destino delante de Irma, su amabilísima esposa. Ezra tiene el rostro del propio Breccia. “Pero no hay nada deliberado en esto -me dice-, sucede que empecé a dibujar un viejo anticuario de… muchos siglos. Y me di cuenta que, sin querer, estaba dibujando mi propio rostro”.
Alberto Breccia nació en Montevideo, en abril de 1919. Pero es argentino. No sólo porque lo trajeron a Buenos Aires a los tres años, sino porque esta es la ciudad de adopción espiritual y artística para él, la que lo ha visto crear toda su obra y a la que él mismo ha otorgado el primer nivel que ocupa la Argentina en la evolución de la historieta. Aunque sus comienzos ni fueron nada fáciles.
Hijo menor de una familia modesta, Breccia pronto comprendió que el trabajo debía formar parte, junto al juego y la travesura, de sus quehaceres infantiles. A los quince años lo encontramos limpiando tripas en una carnicería que exportaba a Europa. “Un trabajo muy penoso –recuerda-. Vivía manchado de sangre y perseguido por las moscas”.
Es por esta misma época que empieza a recrear su niñez rescatando para sí el tesoro más preciado que puede poseer un niño: el dibujo. Sus primeras ilustraciones se publican en diversas revistas de historietas de la época: “El resero”, “Berretín”. Ganaba exactamente lo mismo que en la carnicería, que abandonó para dedicarse al dibujo. Las moscas ya no lo seguían, pero seguiría viviendo manchado. Sólo cambiaría el color: el rojo de la sangre por el azul de la tinta.
A partir de 1938 sus colaboraciones se suman a otras revistas: “Tip-Bits”, “El gorrión”, “Rataplán”, creando en 1944 su primer personaje, “Gentleman Jim”, con guión de Emilio Cortinas. Ese mismo año se casa por primera vez y se muda de Mataderos, el barrio de su niñez. Entre 1945 y 1946 tiene una tira cotidiana en el diario La Razón, pero es en 1946 que su nombre comienza a provocar las primeras reverencias con el policial Vito Nervio, creado por Cortinas y que continuará por varios años, con guión de Leonard Wadel.
Sherlock Time (1957), historia futurista que tiene como escenario Buenos Aires, consagra definitivamente a Breccia como gran maestro de la historieta, iniciando una fructífera relación con el guionista Héctor Oesterheld. También ese mismo año Breccia funda, junto al dibujante Hugo Pratt, la Escuela Panamericana de Arte, semillero de nuevas generaciones de dibujantes.
Me detengo aquí para resaltar un aspecto importante de la personalidad de Breccia: Breccia no es, no fue nunca, un hombre de dinero. Jamás le importó serlo. Conocido es que muchos coleccionistas europeos le han ofrecido sumas fabulosas por sus originales de Mort Cinder. Breccia, cortés, se ha negado siempre. La razón del apego de estos dibujos la ha revelado Oscar Massota en su libro La historieta en Argentina: en la época en que trabajaba sobre este personaje su esposa se encontraba muy enferma y él no tenía dinero para comprarle las medicinas que requería. El no desprenderse de sus originales está relacionado con la necesidad de mitigar ese recuerdo doloroso. Su esposa moriría poco después.
A partir de Sherlock Time la carrera de Breccia adquiere dimensión internacional. Empieza a dibujar para la empresa inglesa Fleetway y crea en 1962 Mort Cinder, que publica la revista “Misterix”: nacido en un cementerio, Cinder está condenado a no morir jamás. Inmortal infatigado, recorre el mundo proyectando una figura de angustia y de dolor en un universo poblado por la opresión, la masacre y la muerte. El único ser con quien habla es el anticuario Ezra Wilson, cuya tienda es el punto de partida y retorno de las peregrinaciones de este trágico héroe.
Breccia da inicio a la ya famosa técnica “blanco-negro”, una verdadera escritura gráfica, en donde la estilización está al servicio de la creación de atmósferas y sensaciones visuales. Esta admirable técnica la llevará al paroxismo de la perfección en El eternauta (1969), siempre con guión de Oesterheld, y sobre todo en sus magistrales adaptaciones de El corazón delator de Poe, La gallina degollada de Horacio Quiroga, El informe sobre ciegos de Sábato y en el desafío que le representó graficar los cuentos de horror de H .P. Lovecraft. “Es que Lovecraft no describe físicamente a los monstruos –me cuenta- sino da sensaciones, olores, ruidos. Es un terror más subjetivo, pavoroso y difícil de dibujar. Se trata de mostrar lo inmostrable”.
Pero este hombre afable y culto que ha hecho el dibujo la razón de su vida y que disfruta en compañía de sus gatos y de su veintena de alumnos, no está exento de coraje. Supo manifestarlo en momentos en que lo más cómodo y seguro era el silencio. En plena dictadura militar argentina Breccia hace de su lápiz el medio para la resistencia colectiva frente a la represión. Hay que evocar esto evocando la relación del viejo dibujante con otro hombre de coraje y principios, hoy día fácil e injustamente vilipendiado por vaivenes históricos: Ernesto “Che” Guevara.
En la dictadura de Onganía, usted dibujó y editó, junto a su hijo Enrique y a Oesterheld, La vida del Che (1968), que, según se sabe, circuló clandestinamente.
Sí, el impulso lo tuve de mi hijo, Enrique, que también es dibujante. Recuerdo una anécdota al respecto: según el guión de Oesterheld había que dibujar la partida de nacimiento del “Che”. Como fue imposible conseguirla, opté por dejar el cuadro en blanco, lo que originó una serie de especulaciones. Se pensó que era algo simbólico, o algo así como un código subversivo secreto. Los militares se inquietaron y terminaron por decomisar todos los ejemplares que quedaban y prohibir su publicación.
La soleada tarde de noviembre se cuela por las ventanas del amplio estudio de la calle Haedo. Breccia ha quedado en silencio por primera vez, mientras evoca al periodista Rodolfo Walsh o al folklorista Jorge Cafrune, asesinados por la dictadura. Pero es un solo nombre el que convoca especialmente su recuerdo; el de Héctor Oesterheld, el gran guionista de la historieta argentina por más de veinte años, amigo personal suyo, “desaparecido” para siempre, junto a otros, durante el régimen de Videla, en 1979.
Otra obra maestra vendría a confirmar su fama: Perramus (1984), con guión de Juan Sasturain, relato desbordante sobre la pérdida de memoria del héroe sobre un trasfondo de represión totalitaria en un país sumido en las tinieblas, que es el mejor ejemplo de cómo la historieta puede estar a la altura de la mejor literatura.
Y para testimoniar cierto vínculo personal con las letras de su país es que Breccia introduce en esta tira la figura de Borges, como un personaje que, aparentemente ajeno a lo que sucede en este país-caos, concede al héroe diez laberintos verbales, a la mejor manera borgesiana, que terminan por tejer, una vez resueltos, el desbaratamiento del aparato militar represor y la caída del sistema totalitario.
Sé de su admiración por Borges, Breccia, y también sé que uno de sus mayores sueños es graficar algunos suyos. Quisiera que me especificara cuáles y por qué.
Son tres: Sur, La muerte y Hombre de la esquina rosada”. Me gustan porque los tres hablan del arrabal porteño, de los barrios orilleros. Con el tango, los duelos, las venganzas y todo eso que tanto le gustaba a Borges. Yo me he criado en un barrio así, Mataderos, que se llama así porque allí se encontraban las carnicerías, los camales y mataderos de reses.
Apasionado por el trabajo, su actual tarea es graficar Crónica de una muerte anunciada. Esto lo supe por una película que vi sobre su vida en el centro cultural Recoleta. Allí se enumeran los diversos premios y exposiciones de su obra en Roma, París, Bruselas o Ginebra. Y se resaltaba con gran acogida que tuvieron en Europa sus ilustraciones de El nombre de la rosa de Umberto Eco.
Cuando le interrogué sobre esto, Breccia respondió: “Yo le llamo premios geriátricos. No es que no esté agradecido y orgulloso. Lo estoy. Pero todo esto me llega quizás un poco demasiado tarde”. Y, por segunda vez, sosteniendo su mirada en la mía, Breccia dio paso al silencio.
Silencio que yo aprovecho, ahora que he escrito mi reportaje sobre su vida y su obra, Breccia, para dirigirme directamente a usted. Y por muchas razones. Por haberme recibido en su casa, a pesar convaleciente de una operación. Por no haberme tuteado siquiera una sola vez (y porque no se lo perdono) durante nuestra conversación, a pesar del medio siglo que nos separa. Y por haberme permitido conocer a Mort Cinder y Ezra Wilson.
Finalmente lo único físico que me llevaba de usted era su silencio, con el que me mora desde su autorretrato a tinta que seguramente en Lima me acompañará este reportaje. No está tan mal después de todo. ¿Acaso no está en estos trazos de su rostro, Breccia, lo más verdadero de usted: su silencio, su dura mirada, su genio, su generosidad, en suma, su alma entera?