El hoyo. España, 2019.
- Dir: Galder Gaztelu-Urrutia
- Reparto: Iván Massagué, Zorion Eguileor, Antonia San Juan, Emilio Buale, Alexandra Massangkay.
La gran ganadora del premio a mejor película, en la edición 2019 del Festival Sitges dedicado a la ciencia ficción, la fantasía y el terror, se estrena gracias a plataforma Netflix en todo el mundo, en un momento además que no puede ser más que oportuno para discutirla y hablar de ella.
El hoyo, ya se perfila como la película de la cuarentena, no sólo por su disponibilidad gracias a la plataforma, sino porque su temática es el reflejo de muchas de las preocupaciones que hoy tienen millones de personas confinadas en sus casas, preguntándose si el sistema ha dejado de funcionar y ya no responde a las preguntas básicas de la existencia en colectivo.
Gaztelu logra construir una fábula distópica, que seguramente entrará con todo derecho a la exclusiva categoría de culto, de manera casi instantánea. Las razones de ello son el ritmo de narración y la hechura impecable, además de contar una historia asombrosa con múltiples metáforas que ya se discuten entre las y los espectadores de todo el mundo.
Hay influencias fácilmente reconocibles, como por ejemplo El Cubo (V. Natali 1997) o la propia Saw (J.Wan, 2004) con todo su ambiente “slasher”, y si de supervivencia al estilo de matar o morir se trata, no podemos dejar de pensar en La Purga (J.de Mónaco, 2013).
Sin embargo, El hoyo logra separarse de las cintas mencionadas y algunas otras, contando su propia historia y creando referencias más audaces. Aquí se narra con muy poco antes y nada después, la existencia de una especie de prisión vertical con 300 niveles. Nadie sabe en que nivel empezará al entrar, ni a que altura le tocará estar en el cambio que se realiza cada mes. Ese dato es importante, porque todos los días baja una plataforma con comida piso por piso. Los primeros comen y dejan las sobras para los de abajo. De más está decir que a los niveles de abajo, prácticamente ya no le llega nada.
La comida empieza siendo gourmet, pero eso sólo disfrutan unas cuantas personas. Al final no hay exquisiteces. Comemos lo que podemos, llegando a extremos que nos reducen al instinto de la sobrevivencia y el instinto depredador.
Esta podría ser la metáfora más obvia: la desigualdad entre los de arriba y los de abajo, la falta de solidaridad y muchas otras relacionadas con la falta de humanidad y solidaridad.
Ni qué decir que la cosa se va volviendo cada vez más estresante: Todo lo que sabemos es que el protagonista pidió entrar al hoyo por voluntad a cambio de un título profesional validado y que poco a poco va descubriendo los horrores de cómo funciona la cosa estando dentro.
Su primer compañero le explica el funcionamiento, pero al final descubre que no es por solidaridad ni empatía, sino para ganarse su confianza y sobrevivir a costa de loa que sea, cuando sea el momento preciso.
Los personajes con los que el protagonista se encuentra en diferentes niveles, cumplen funciones diferentes, colaborando – aún sin saberlo- en su cada vez más decidido propósito de cambiar las reglas y de hacer un poco de justicia.
El director decide construir el relato a un ritmo que no da tregua, ni tampoco escatima emociones como el miedo, el asco, la sorpresa o el enojo. Para eso no sólo hay metáforas, también hay misterios y muchas formas de violencia explicita que representan una poderosa sacudida en el espectador/a.
Una sociedad deshumanizada y alguien queriendo cambiar las reglas ¿Qué podría salir mal? Es por eso que necesitamos – hoy más que nunca- ver esta película y tratar de descifrarla.